El evangelio de Mateo está organizado en cinco discursos. Es un modo de decir que Jesús es el nuevo Moisés (Moisés es considerado el autor del Pentateuco, los cinco libros de la Torá). Este tercer discurso de Jesús, el llamado “Discurso Parabólico”, empieza también de una manera muy bella… Dice así: “Salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de sentarse en una barca y toda la gente quedaba en la orilla. Y les habló muchas cosas en parábolas.” (vv. 1-3)
En el Sermón del Monte veíamos a Jesús subir a la montaña, lugar del encuentro con Dios, y, desde allí, dirigirse a la gente… Ahora, en cambio, lo vemos “salir de casa” y dirigirse al mar…
Podríamos pensar que va al mar para descansar, para tomar distancia… Es hermoso contemplar el mar… Pero no, ir al mar es ir al encuentro de la gente… La vida de aquellos pobladores se hacía en torno al lago, conocido como el mar de Galilea… Allí estaba el mercado, los comerciantes… Y, la gente al ver a Jesús se aglutina en torno a él y es cuando sube a la barca, se sienta y empieza a enseñarles… Sentarse significa adoptar la figura de Maestro… Pero no necesita sentarse en una gran cátedra; le basta una barca…
Entonces, empieza la primera parábola que, curiosamente, comienza del mismo modo que este capítulo: “Salió un sembrador a sembrar…
La parábola del sembrador es de las más conocidas. Por ello, se corre el riesgo de darla por “sabida”. Para mí, es de las parábolas más ricas en matices y contenidos pues prácticamente todos sus elementos tienen un significado, por eso es considera por muchos más bien una alegoría.
Hago un paréntesis. La parábola lo que pretende es, a partir de una comparación, de una imagen, darnos una enseñanza. La alegoría también utiliza imágenes para dar una enseñanza, pero en ella, cada uno de sus elementos tiene un significado; en cambio, la parábola, hay que tomarla más en general.
Hay muchos tipos de parábolas. Éstas que vamos a presentar se refieren al Reino… Nos dicen mucho sobre quién es Dios, cómo actúa, así como, cómo solemos nosotros posicionarnos ante él.
A partir de esta parábola lo primero que podríamos decir de Dios es que es alguien que “sale”… No se queda en su “cielo” o en “su trono real”, alejado de los hombres, sino que viene a nuestro encuentro… Y a nosotros lo que nos corresponde es “dejarnos encontrar”… Hermoso…
Y sale no a “pasear”, sino a sembrar… Nuestro Dios es el Dios de la vida…
Y es un Dios “mani-roto”, generoso, espléndido… Desde el inicio de su salida, empieza a derramar semilla por todas partes… No le importa el terreno, no mide, no calcula, lo que le interesa es sembrar, derramar su amor, su vida, su gracia, sus inspiraciones…
Si lo pensamos bien, esto es escandaloso o, al menos, sorprendente… Lo “lógico”, sería calibrar el tipo de terreno y sembrar únicamente en la tierra que nos dará garantía de dar buen fruto… La semilla cuesta dinero y no sería inteligente desperdiciarla… Pero Dios no… No mira si tenemos el corazón abierto o cerrado, si estamos en buena o mala disposición hacia Él, sencillamente siembra… Una idea, un pensamiento, una buena acción, un sentimiento, un deseo, un… Tantas cosas buenas que de pronto vienen a nuestra mente y a nuestro corazón…, la palabra de un amigo, una frase en una tarjeta, una persona que nos suscita algo en nuestro interior…
Sí, Dios sale a sembrar todos los días, sin discriminar a nadie…
Te invito a hacer un pequeño ejercicio… Dedica algún momento del día a caer en la cuenta de alguna semilla que el Señor ha plantado en tu corazón a lo largo del día…. acógela y dale gracias…
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