No sé si os habéis fijado, pero toda la liturgia del Jueves Santo insiste en esta frase de Jesús: "Haced esto en memoria mía..." La utiliza al instituir la Eucaristía y en el Lavatorio de los pies... Y no es casual que la haya dicho precisamente en ambos contextos pues, ambos, vienen a decir lo mismo...
Jesús insiste en un "hacer"... Pero, ¿hacer qué? ¡Ahí está la cuestión...
Lamentablemente, muchas veces hemos reducido la eucaristía a un precepto (algo que hay que cumplir bajo pena de pecado) o en un objeto de culto (permanecer ante una presencia "sagrada" y en algunas ocasiones hasta "mágica")... Perdonadme si resulto irreverente, pues no es mi intención... Y, bueno, sí, esto tiene parte de verdad, pero no penetra en la esencia del misterio...
Jesús no nos mandó simplemente a repetir este gesto en un rito (la misa), ni tampoco pretendió insistir sólo en su presencia real como alimento en el pan y el vino... Jesús, tanto en el gesto del pan partido y del vino repartido, así como en el lavatorio de los pies, lo que viene es a poner delante de nosotros lo que ha sido toda su vida y lo que tiene que ser la nuestra: una vida que se da, que se entrega, que se parte, que se reparte, que se deshace por los demás...; una vida entendida como servicio humilde, sencillo, callado... Éste es el "hacer" al que Jesús se refiere... "Haced esto..." quiere decir, vivid como yo he vivido, ¡ésa es vuestra vocación, ésa es la voluntad de mi Padre sobre ti, sobre el mundo!... Por eso, en el lavatorio de los pies, añade: "Y seréis felices si lo hacéis..." No es un "precepto" sin más, no es algo que hay que hacer entre otras cosas, no... Estamos ante el único precepto cristiano: "amaos los unos a los otros como yo os he amado..."
Cuando esto se entiende así, entonces la eucaristía cobra todo su sentido... En la eucaristía, el Señor nos alimenta con su propio cuerpo y con su propia sangre; es decir, con su propia vida... En la eucaristía escuchamos su Palabra, que ilumina nuestro sendero y nos indica el camino a seguir, en la eucaristía partimos y compartimos el pan con los hermanos y hacemos comunidad; en la eucaristía somos enviados a prolongar este modo de entender la vida, se nos envía a vivir aquello que celebramos... Por eso "ir a misa" es un precepto..., porque es algo bueno, algo sin lo cual un cristiano no puede vivir, pues es la fuente en la que se alimenta... Y por eso es, también, un "objeto de culto"... Adorar, ponernos de rodillas ante el pan consagrado, es reconocer esa presencia humilde y oculta de Jesús, que nos invita a estar de ese mismo modo en el mundo...
Bien dijo Jesús a Pedro: "Ahora tú no entiende lo que yo hago, lo entenderás más tarde..." Y a los discípulos: "¿Entendéis lo que he hecho con vosotros?"... ¿Lo entendemos nosotros...?
La humildad, el servicio, no es algo "moral", algo que hay que hacer porque nos ha sido mandado o como una concesión... No... La humildad, el servicio, es el modo de ser de Dios, por eso es el modo en que vivió Jesús... Vivir de manera humilde y sirviendo a los demás es aprender a vivir como Dios y, por tanto, a vivir como sus hijos...
Aprendamos de este Dios que se abaja para ponerse a nuestra altura; ese Dios que lava los pies a Judas, al traidor; que sigue amándonos en medio de nuestras traiciones y olvidos... Aprendamos a acoger y a agradecer su amor y seamos canal por el que ese amor llegue a esta humanidad que necesita, más que preceptos, amor... y entender la vida al modo de Dios, una vida que se entrega por amor a todos, siempre...
Esto es lo que continuaremos celebrando el Viernes Santo, una vida entregada hasta el último suspiro, hasta la última gota de sangre... Y lo que celebraremos, finalmente, en la noche de Pascua: ¡Quien vive así, gozará de la vida en plenitud...!
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