sábado, 9 de abril de 2011

V Domingo de Cuaresma (Ciclo A): “Yo soy la vida” (Jn 11, 1-45)

Llegamos casi al término de la Cuaresma y, por tanto, al término del itinerario que los catecúmenos iban recorriendo antes de recibir el bautismo. A lo largo de estas dos últimas semanas hemos ido profundizando en la identidad de Jesús y, a su vez, en el sentido de nuestro bautismo.
Hace dos semanas se nos presentaba a Jesús como el “agua viva”, que sacia nuestra sed, nuestros deseos y necesidades más profundas; la semana pasada dábamos un paso más, y Jesús aparecía como la “luz del mundo” que ilumina nuestras oscuridades y que nos permite ver las cosas con otros ojos, con los ojos de la fe. El agua y la luz son dos símbolos que están muy presenten en la liturgia bautismal y que también tendrán un lugar central en la Vigilia de Pascua… En dicha celebración, se encenderá el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, presente en medio de nosotros; y se bendecirá el agua con la que serán bautizados los catecúmenos y seremos bendecidos nosotros al renovar nuestras promesas bautismales. Este domingo, el itinerario se corona al poner ante nosotros a Jesús como “la Vida”, con mayúscula.
El relato es largo y está muy bien escrito. Sería imposible detenernos ahora en todos sus detalles. Hay frases hermosas que bien podrían ser pequeñas oraciones en nuestros labios. La primera de ellas: “Maestro, aquel a quien amas, está enfermo”… Qué oración de intercesión más hermosa… Un grupo de amigos de Lázaro, el amigo enfermo, y de Marta y María, sus hermanas y también muy queridas por Jesús, van donde Jesús y sencillamente le presentan la situación de su amigo Lázaro… Saben que no hará falta nada más; Jesús hará lo que tiene que hacer. Para sorpresa de todos, Jesús no va inmediatamente sino a los tres días… Para entonces, Lázaro ya ha muerto…
El encuentro de Jesús con Marta es conmovedor… Y aquí tenemos otra hermosa oración, aunque tiene mucho de reproche: “Si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto…”  Más adelante del relato, alguien dirá: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”. ¡Cuántas veces le decimos cosas parecidas al Señor…!: “Si tú hubieras querido, esto no habría ocurrido…”
Sin embargo, esto nos permite acceder al núcleo del relato. Jesús le dice a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?". Ella le contestó: “Sí, Señor”. ¡Qué acto de fe más impresionante, aunque, en realidad, todavía inmaduro… Marta cree, pero remite su fe a un “más allá”…
Marta va donde su hermana María y le dice: “El Maestro te llama”, otra hermosa oración que bien podríamos escuchar como dirigida a nosotros, a cada uno… Y allí se produce otro encuentro.
Finalmente Jesús va al sepulcro… Allí dirige una hermosa oración a su Padre: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. ¡Ésta es la oración, la convicción profunda de que Dios nos escucha!, aunque no siempre haga lo que le pedimos… Igual que Jesús, Dios se conmueve con nuestro sufrimiento y nos acompaña… No nos librará de la enfermedad (¡forma parte de la vida!), ni nos evitará el trago muchas veces amargo de la muerte (tampoco se lo evitó a Jesús)… Lo que el Padre nos promete no es evitar lo que la vida trae; lo que nos promete es la Vida, esa vida que no se acaba, esa vida plena a la que todos aspiramos y que nunca la podremos tener aquí “abajo”…
La Vida verdadera empieza al conocer a Jesús y llegará a su plenitud cuando pasemos de este mundo al Padre y disfrutemos plenamente de su amor y de su gracia…
Jesús es la Vida… Aspiremos a la vida de verdad y seamos constructores de vida en este mundo nuestro que a veces parece que lo que defiende es la cultura de la muerte…

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