lunes, 20 de junio de 2016

No juzgues y no serás juzgado. (Mt 7, 1-5)

"No juzgues y no serás juzgado." Esta sola afirmación tendría que ser suficiente para no tener el juicio tan ligero hacia los demás. Sin embargo, todos constatamos la tendencia que tenemos a juzgar a las personas, a interpretar sus acciones y, peor aún, sus intenciones... Unos, lo decimos en voz alta; otros, solo lo pensamos, pero el juicio está allí... Y, lo peor de todo, es que muchas veces no somos capaces de distinguir la realidad, de mi interpretación. Si al menos dijéramos: creo que..., me parece... Pero, insisto, muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta.
Jesús nos conoce tan bien, que parte de esa tendencia humana natural a emitir juicios, a interpretar las acciones e intenciones de los demás y, una vez más, va a intentar redireccionarla. Fijaros qué interesante pues, a continuación, dice: "Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros." Si interiorizáramos esto, cambiaría nuestro enfoque. Porque, cuántas veces en la vida nos hemos sentido juzgados con dureza, injustamente... 
Hoy Jesús nos invita no tanto a no juzgar -me atrevería a decir que esto es casi imposible-, sino a juzgar como nos gustaría ser juzgados nosotros. 
Seamos comprensivos en nuestros juicios, no seamos duros ni ligeros... Solo Dios conoce las intenciones del corazón... La gente se acercaba a Jesús porque se sentían acogidos y amados por Él de manera incondicional... Tengamos un corazón como el suyo... 
Hay un ejercicio que suele ayudar. Cuando se me dispare un juicio -porque se me dispara, no lo puedo evitar-, si es un juicio negativo, duro, tajante, preguntémonos: Y, esto, ¿que otra explicación podría tener? ¡Cuántas veces las apariencias engañan! Cuántas veces hemos pensado: qué tacaña es esta persona, y resulta que está ahorrando para ayudar a alguien... O vemos a un conocido hablando amablemente con alguien, y rápidamente pensamos en una infidelidad, y resulta que era una prima que no veía hacía tiempo... Cuántos problemas, líos y desavenencias habríamos evitado si, antes de emitir un juicio, preguntáramos o, al menos, nos inclináramos por la interpretación más amable. ¿Por qué pensar mal cuando, ante el mismo hecho, podríamos pensar bien? Tengamos un juicio amable, comprensivo... Al menos porque, de este modo, también obtendremos un juicio amable y comprensivo hacia nosotros...

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