sábado, 9 de octubre de 2010

El papel de las tradiciones (Mt 15, 1-9)

El capítulo 15 del evangelio según san Mateo comienza con una controversia entre Jesús y los representantes religiosos de su tiempo; es decir, nos plantea uno de los temas en los cuales Jesús tuvo problemas precisamente con quienes eran considerados como los auténticos judíos de entonces. Todo empieza con una cuestión aparentemente sin importancia: ¿por qué los discípulos de Jesús no se lavan las manos antes de comer? Obviamente, los escribas y fariseos no están planteando una cuestión de higiene, sino que el tema de fondo es: ¿por qué tus discípulos trasgreden las tradiciones de nuestros padres? Es decir, la norma de "lavarse las manos", viene elevada a la categoría de "Tradición"… Con esto, en realidad, el tema de fondo es: ¿qué valor tienen muchas de las tradiciones, usos y costumbres religiosas?

Jesús aprovechará esta controversia para dar una enseñanza. En primer lugar, hace una crítica fuerte precisamente a los dirigentes religiosos de su tiempo. Les llega a decir que han dado tanta fuerza a las tradiciones, que han terminado por ignorar totalmente la auténtica voluntad de Dios. Pero, vayamos despacio. No es que Jesús desprecie las tradiciones. El evangelio deja claro que Él guarda algunas de ellas. Lo que Jesús no tolera son aquellas tradiciones que terminan oscureciendo el auténtico deseo de Dios, que es que el hombre viva con la libertad de los hijos de Dios… La verdadera función de las tradiciones, usos y costumbres, es aplicar a lo concreto, la voluntad de Dios, y no al revés. Por ejemplo, la norma de ir a misa los domingos, nos ayuda a recordar la importancia de dedicar este día de la resurrección del Señor, precisamente al Señor… Por tanto, no se trata de ir a misa porque me lo mandan o porque es una obligación, ¡dejaría de tener sentido y podría incluso convertirse en una carga!, sino porque es bueno para mí, porque es bueno dedicar al menos un día a la semana a mi relación con Él… Si ese "ir a misa" se convierte en un fin en sí mismo y olvido que, lo que se pretende con ello, es que yo me una al sacrificio de Cristo, de modo que haga de mi vida también una eucaristía, una ofrenda al Padre, esa "norma", ha perdido su verdadero sentido…

Por tanto, como veréis, el tema no es baladí… La cuestión de fondo es, como dice Jesús, la de ver si vivimos una religión "exterior", que se mueve en el ámbito del cumplimiento, de hacer cosas, ritos; o si realmente nuestra religión es un verdadero culto, una verdadera entrega del corazón al Padre, a quien amamos con toda el alma y con todo nuestro ser. Ojalá el Señor no diga de nosotros lo que dijo de aquellos escribas y fariseos: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de los hombres"…

Purifiquemos nuestro culto al Señor, de modo que entendamos el sentido de muchas de las tradiciones, usos y costumbres cristianas, y las vivamos como un modo de amar al Señor y a nuestros hermanos… Y, recordemos siempre que, todo aquello que vaya en contra del único mandamiento que nos dejó Jesús, el amor a Dios y al prójimo, no puede ser presentado nunca como voluntad del Padre… Bastaría recordar la parábola del Buen Samaritano, que es la mejor ilustración de esta enseñanza de Jesús (Lc 10, 25-37)…

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