Así es nuestra vida. Un quehacer diario. Jesús decía: “Cada día tiene su propio afán”.
Aunque todo parezca igual, todo es distinto y nuevo. Los trabajos, los horarios… se pueden repetir, la novedad no está en lo que hacemos, sino en la atención, en el momento que vivimos. Todo tiene sentido y cobra valor cuando se presta atención. No existen tareas mejores o peores. No es mejor el silencio que el descanso o el trabajo. El valor de cada cosa está en nosotros. Cuando vivimos centrados en nuestro yo más profundo todo lo que hacemos o tocamos se llena de luz y de vida. No hay que cambiar de actividad, de profesión, de vivienda, de amigos… para sentirse mejor. Si el silencio me va arraigando en mi naturaleza esencial, en lo que realmente soy… la vida irá fluyendo con naturalidad como el agua de la fuente.
Estamos en un tiempo litúrgico llamado “tiempo ordinario”. No celebramos ningún acontecimiento importante de la historia de la salvación. Lo que vivimos momento a momento es lo que realmente cuenta. Cada instante es único. Lo que no tiene relevancia, lo que no llama la atención, el ahora que no se repite… Así es la trama de la vida. Así es nuestro tiempo ordinario. El gran acontecimiento que celebramos es la vida que vamos siendo. “He venido para que tengan vida y ésta sea abundante”, dice Jesús. Que la vida de Dios nos posea y se manifieste en nuestras obras. “Que brille vuestra luz delante de los hombres para que glorifiquen a mi Padre…” Que seamos pequeñas lucecitas que se encienden en medio de la oscuridad diaria, pero que son capaces de señalar nuevos caminos.
“No se enciende una vela para ponerla debajo del celemín, sino que se coloca en alto para que alumbre a todos los de casa”, dice Jesús. Esta gran casa del mundo necesita millones de velas que comienzan a encenderse.
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