Este primer domingo de Cuaresma, como es habitual, se nos propone la lectura de las Tentaciones de Jesús, este año, según la versión del evangelista Mateo (4, 1-11). Precisamente hace poco hemos comentado este evangelio, por lo que me ceñiré a algunas pequeñas anotaciones que pueden ayudarnos a empezar este Tiempo de preparación a la Pascua.
Al igual que Jesús, durante la Cuaresma nosotros somos conducidos al desierto y a permanecer allí durante cuarenta días… El desierto, sin duda, es un lugar inhóspito, duro… Pero es también un lugar que, precisamente por eso, nos permite volver a lo esencial… En el desierto nos bastaría encontrar un poco de agua, no bebidas exóticas; y nos bastaría encontrar un poco de pan, no banquetes suculentos… Sí, el desierto es el lugar que nos permite distinguir entre lo esencial y lo accesorio… ¡Cuánta importancia le damos a tantas cosas que, en realidad, son superfluas…! En el desierto no hay Blackberrys, ni Internet (¡no hay cobertura), ni cafeterías donde estar de tertulia… No… En el desierto sólo hay silencio, un silencio en muchas ocasiones ensordecedor, aplastante… pero un silencio que nos permite escuchar cosas que normalmente no escuchamos dado que estamos saturados de ruidos que nos distraen y ensordecen…
El desierto al que somos invitados no se encuentra en el Sahara… Se nos invita a penetrar en el desierto de nuestra interioridad, allí donde no hay nada más que nuestros propios ruidos internos, allí donde Dios habita y está deseando hablarnos al corazón… Por eso, ser conducidos al desierto es ser conducidos al encuentro con Dios en la desnudez, en el silencio, en la soledad,… y para ello no hay que huir de nuestros entornos citadinos… No… En medio del bullicio de la ciudad Dios nos espera, nos habla, nos invita al encuentro…, pero para ello, debemos saber entrar en nosotros mismos y escuchar su voz que nos susurra en lo profundo del alma, precisamente para luego poder escuchar su voz en todo aquello que nos rodea…
Jesús es conducido al desierto… Allí pasa 40 días y 40 noches sin comer; es decir, ayuna…, prescinde de muchas cosas no solo superfluas sino, incluso, necesarias… Y, como es natural, al final siente hambre… Durante la Cuaresma se nos invita al ayuno… A reducir nuestra dinámica de consumo, a tener la experiencia de prescindir de tantas cosas que nos parecen imprescindibles, a recuperar la simplicidad, incluso a hacer la experiencia de carecer (¡tantos no pueden hacer esta experiencia pues para muchos es su día de cada día…!)…
Sí, la Cuaresma es un tiempo de “dejar de comer” nuestros alimentos cotidianos (noticias, golosinas, caprichos…), para compartir, sí, pero también para alimentarnos de la Palabra de Dios… ¡Qué hermoso…! Sí, durante esos cuarenta días, Jesús se dedicó a alimentarse de la Palabra de Dios… Y, gracias a eso, fue capaz de enfrentar las tentaciones que asedian nuestra condición humana: la ilusión de pensar que es el bienestar material, la relevancia social y el poder lo que da la felicidad y la medida del éxito… Y digo que es una ilusión porque todo eso, tarde o temprano, pasa… Lo único que realmente permanece es aquello que hayamos cultivado en nuestra interioridad, que hayamos construido desde dentro… Lo otro no es que esté mal, no… sencillamente no es eso lo que da la felicidad…
Por eso, amigos, os invito a aprovechar estos cuarenta días para dedicar un tiempo a la oración, al encuentro con Dios, a alimentarnos de su Palabra… Para ello no necesitáis hacer muchas cosas extraordinarias… Podríais sencillamente leer el evangelio del día… rumiar a lo largo de la jornada una frase, un pensamiento… Os invito a hacer la experiencia de que “no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario