Padre, hoy quiero invocarte no sólo con los labios sino con el corazón,
y al nombrarte, estremecerme al sentir que soy tu hijo/a.
Quiero amarte como hijo con todo mi corazón,
con todo mi ser, con todas mis fuerzas.
Deseo vivir con conciencia el milagro de ser hijo tuyo
y agradecerte el regalo de haber recibido tu misma vida en mí.
Padre, enséñame a comportarme como hijo tuyo,
a compartir tus deseos, tus afanes, tus intereses,
a sentirme miembro de tu familia.
Quiero aprender a participar de esa intimidad que me ofreces
y a la que me llamas suave pero insistentemente.
Padre, enséñame a dialogar contigo, a orar,
a escuchar todo aquello que deseas comunicarme
en el fondo de mi alma
y a decirte confiadamente: Me abandono en tus manos.
Inspirado en un escrito del P. Jorge de la Cueva, SJ, publicado en Magnificat del mes de agosto 2008, pp. 26-31.
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