Padre, si te invoco como “nuestro”,
es que reconozco
que todos los seres humanos son mis hermanos y hermanas.
Ayúdame a verte presente en mis hermanos,
a descubrirte a Ti en ellos.
Enséñame a amar a todos con amor universal,
como Tú, que amas a buenos y malos,
a justos e injustos,
a agradecidos y desagradecidos.
Que no me deje llevar por mis simpatías o antipatías,
que los ame como Tú me amas a mí.
Padre, que nunca ponga mis intereses, mi bienestar, mi instalación,
mis gustos por encima del bien de los demás.
Dame tu corazón para que sea sensible
ante el que sufre en el cuerpo o en el espíritu;
que me esfuerce en remediar o suavizar sus males,
en consolar al que padece.
Padre, que no sea tacaño a la hora de entregar mi tiempo,
mi dinero, mi esfuerzo, mi ayuda, mi comodidad.
Que no me deje llevar por la ira o la indignación
ni que hiera la fama de mis hermanos con críticas
y tal vez calumnias.
Padre, que sea fuente de paz, alegría, serenidad,
y que con mi vida ayude a construir un mundo
de hijos y hermanos.
Inspirado en un escrito del P. Jorge de la Cueva, SJ, publicado en Magnificat del mes de agosto 2008, pp. 26-31.
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