Padre, yo te alabo, te bendigo y te agradezco por tantos beneficios.
Te alabo y te bendigo porque eres santo, porque eres bueno,
porque eres todoternura,
porque haces salir el sol sobre buenos y malos,
sobre justos e injustos.
Padre, Tú eres santo,
y has derramado tu Espíritu en todo mi ser,
haciéndome hijo tuyo, como Jesús.
Sí, Padre, soy Templo del Espíritu Santo,
en mí habitas tú que eres Trinidad…
Y no sólo en mí, sino en todos los que me rodean,
mi familia, mis amigos,
tantos y tantos con quienes me cruzo cada día…
Padre santo,
muchas veces he escuchado que todos somos llamados a la santidad.
Sí, Padre, quisiera llegar a ser santo, como Tú…
A tener tus actitudes, tus sentimientos,
tu corazón.
Y que a través de mi vida
todos descubran quién eres Tú y cuánto los amas.
Inspirado en un escrito del P. Jorge de la Cueva, SJ, publicado en Magnificat del mes de agosto 2008, pp. 26-31.
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