domingo, 17 de enero de 2010

“Las espigas arrancadas en sábado” (Mt 12, 1-8)

Retomamos el comentario al evangelio de Mateo, desde el punto en que nos quedamos la última vez, hace ya un par de meses, antes de comenzar el Adviento.

Estábamos en la sección en la que el evangelista nos presenta el rechazo que experimentó Jesús en su vida pública (cap. 11-12).

Sin duda, Jesús tuvo enfrentamientos con los dirigentes religiosos de la época, aunque los exegetas actuales sostienen que probablemente algunos de estos episodios han sido exagerados y que reflejan más bien las dificultades que experimentaron los primeros cristianos con los judíos del s. I d.C. En todo caso, no cabe duda que uno de los temas particularmente espinosos fue lo referente a la observancia del sábado.

Para comprender estas polémicas, es necesario conocer el sentido que tenía el Sábado en la religiosidad judía. No estamos ante una observancia entre otras, sino que “guardar el sábado” era un signo que identificaba a la comunidad judía, formaba parte de su identidad como pueblo religioso, ya que esto había sido mandado directamente por el Señor a Moisés. Era el Señor quien había dicho a su pueblo: “Recuerda el día sábado para santificarlo” (Ex 20,8) y el modo de hacerlo era no trabajar y dedicarse al Señor. Por eso era llamado el día de descanso. El motivo de este descanso semanal es muy profundo. Por un lado, suponía no idolatrizar el trabajo (algo muy actual) y, por otro, no abusar de los demás, sometiéndoles a trabajos sin descanso (también muy actual). En la práctica, esto suponía la prohibición de realizar o hacer realizar cualquier tarea en beneficio propio o para obtener algún rédito económico.

Como todas las cosas, esto poco a poco fue degenerando y se convirtió en una prohibición de realizar cualquier tipo de tarea, desarrollando una casuística infinita para prever excepciones, etc. Por ejemplo se preguntaban si era lícito ayudar a una mujer si estaba con dolores de parto, a lo que, obviamente, se respondía que sí… Pero esto para que os hagáis una idea… Con ello, en vez de convertirse en un día de adoración al Señor y de respeto a los demás, se corría el riesgo de estar más pendientes de aquello que estaba permitido o no permitido hacer en día sábado, hasta límites increíbles y en no pocos casos absurdos…

El evangelio que ahora comentamos, nos presenta una de esas situaciones. Jesús atraviesa un sembrado y, como sus discípulos tenían hambre, arrancaron algunas espigas y las comieron… Los fariseos, que son los custodios del sábado, reaccionan rápidamente: “Tus discípulos hacen lo que no es lícito en sábado”. Ya está armada la polémica.

Como siempre, Jesús intenta ir al fondo de la cuestión y responde presentando otras dos situaciones. El caso de David y sus hombres que comieron los panes consagrados en el Templo, y el caso de los sacerdotes que ofician en el Templo el día sábado. Ninguno de los dos violaron el sábado… ¿Por qué? ¿Eran simplemente excepciones o definitivamente no había violación ninguna?

La respuesta nos la da el mismo Jesús al afirmar: “Aquí hay algo mayor que el Templo”. Es decir, el bien del hombre está por encima del Templo. Por eso, si los sacerdotes pueden “trabajar” prestando sus servicios en el Templo el día sábado, cuánto más, quienes tienen hambre podrán saciarlo, sin por ello contravenir un mandamiento religioso; por eso David pudo comer los panes consagrados del Templo, sin con ello violar el sábado.

En resumidas cuentas, el tema no es que Jesús no respete el sábado (el cumplía con sus deberes religioso como buen judío), sino que pone siempre por encima a la persona. Es decir, nunca en nombre de Dios, pueden aplicarse normas que vayan contra la necesidad básica de una persona… Y eso, que parece obvio, os aseguro que trae muchos problemas…

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