Estamos ya en el V Domingo de Cuaresma. El evangelio que se nos propone para este día vuelve a insistir en algunos aspectos del evangelio del domingo pasado…
El texto que tenemos delante es conmovedor, más digno de ser contemplado que de ser reflexionado para extraer de él conclusiones. O, mejor, el modo más adecuado para entender verdaderamente su mensaje es contemplarlo; es decir, ver con detenimiento los personajes que intervienen, quiénes son, lo que dicen y lo que hacen…
Jesús está ya en Jerusalén. Como todos los días, ha acudido al Templo a enseñar a la gente. De hecho, está sentado, en la postura propia del Maestro. Entonces, un grupo de escribas y fariseos le llevan una mujer que ha sido sorprendida en adulterio, supuestamente con el fin de que Jesús diga, claramente, lo que hay que hacer en esos casos… En realidad, una vez más, lo que intentan es tenderle una trampa. No buscan la verdad, lo que Dios quiere… Sólo quieren ponerlo en aprietos, tener de qué acusarlo… ¡Qué terrible…!
La trampa consiste en situarlo ante una disyuntiva que en realidad lo coloca ante una situación insoluble… Si acepta como válido lo que había establecido Moisés, estaría validando la pena de muerte para la mujer, cosa impensable para quien ha hecho una clara apuesta por la misericordia, por la recuperación de las personas; pero, si llama al desacato de la Ley, entonces se convierte en un infractor y, al hacerlo, está prácticamente firmando su sentencia de muerte… Por tanto, no es algo inocente y sin consecuencias… Lo que él decida, no afectará sólo a la suerte de la mujer sino a su misma vida… Si la salva, él se condena; si la condena, él se salva, pero echa al garete toda su misión…
Los escribas y fariseos buscan en él un juez… Tal vez porque es ésa su imagen de Dios, su imagen de la religión… No buscan un Maestro… Pero Jesús no entra en el juego… Renuncia totalmente a actuar como juez… No indaga, no verifica los hechos, no toma declaraciones, no argumenta… (¿no os recuerda al padre del hijo pródigo?), sino que va a aprovechar la ocasión para ir a lo profundo del corazón humano… Jesús no busca culpables; Dios no busca culpables… Él viene a salvar, a mostrar el camino del Padre, a llamar a la conversión, a reorientar nuestra vida en la dirección correcta… Por eso, sencillamente dice: “Quién no tenga pecado, que tire la primera piedra”. Con ello, sin acusar a nadie, en realidad nos enfrenta a nuestra verdad más profunda… ¿Acaso alguien puede considerarse libre de pecado? Por tanto, ¿por qué nos empeñamos en juzgar a los demás? Si nos convertimos en jueces, todos terminaremos condenados… Poner delante nuestra condición de pecadores es el camino para comprender la fragilidad humana… Se trata de reconocer que, en el fondo, todos necesitamos de la compasión, de la misericordia… Tanto es así, que uno a uno, todos, se fueron marchando… Su intervención ha surtido efecto… No sólo no se condena a la mujer sino que todos han reconocido el pecado que levan dentro… aunque la pena es que, en vez de acogerse al amor misericordioso de Dios, manifestado en Jesús, se marchan… Sólo la mujer se queda… Y es entonces cuando Jesús le dirige esas hermosas palabras: “Mujer, nadie te ha condenado… yo tampoco te condeno… vete y no vuelvas a pecar”… ¿Os podéis imaginar los sentimientos de aquella mujer…? No sólo ha sido salvada de una muerte segura, sino que ha sido invitada a rehacer su vida, a volver a la casa del Padre, como el hijo pródigo…
Y, sí, la Cuaresma es esto, una oportunidad de reconocer nuestra condición de pecadores, de ver aquello que no nos permite vivir desde el amor y el servicio a Dios y a los hermanos… Es una llamada a no juzgar sino a tener la actitud de Jesús, que viene a salvar… Una llamada a acogernos al amor misericordioso de Dios…
Tengamos presente que los textos que nos ha ido proponiendo la liturgia dominical nos van conduciendo poco a poco en este itinerario de conversión que estamos intentando recorrer a lo largo de este Tiempo de Cuaresma:
- I domingo: Llamada a reconocer y aprender a rechazar las tentaciones.
- II domingo: Llamada a escuchar a Jesús, a seguirlo en ese camino que lo conduce a Jerusalén, a dar la vida.
- III domingo: Llamada a dar los frutos (obras) que el Señor espera de nosotros.
- IV domingo: Llamada a volver a la casa del Padre y a no excluir a nadie de ella.
- V domingo: Llamada a reconocer nuestro pecado y a acoger la misericordia de Dios.
Que el Señor nos dé la gracia de volver a Él con sincero corazón…
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