lunes, 12 de septiembre de 2016

La importancia del reconocimiento. (Lc 7, 1-10)

A todos nos gusta que nos reconozcan cuando hemos hecho algo bien, una cualidad que aportamos en 
nuestro trabajo, un don, un favor, lo que sea. Y solemos llevar mal cuando no lo hacen... Tal vez sería bueno que nos diéramos cuenta de que esto mismo les pasa a los demás; es decir, que también necesitan ser reconocidos...
En educación se habla de la importancia de dar refuerzos positivos, de poner de manifiesto lo que un alumno hace bien... Eso mejora su autoestima y le ayuda a crecer con seguridad y confianza. Este principio educativo es igualmente válido en nuestros entornos laborales, en nuestras familias, con nuestros amigos...
En el evangelio de hoy, Jesús reconoce públicamente las virtudes de un centurión romano. Es decir, ni siquiera de un amigo o de un colaborador cercano, sino de "pagano". Buena persona, sí, pero que no era de los suyos...
La historia la conocemos. 
Un militar del ejército de ocupación tiene un empleado enfermo. Manda a pedir a Jesús que lo cure. Y lo manda a pedir porque él no se siente digno de dirigirse al Maestro. Pero tiene la confianza ciega de que Jesús puede curarlo... Y, ante esa humildad y esa fe profunda, Jesús lo alaba en público: En nadie he visto una fe tan grande...
Hagamos el regalo a los demás de nuestro reconocimiento público... Veamos todo lo bueno que los demás tienen y aportan y digámoselo... A nuestros, hijos, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros amigos, al que nos atiende en un supermercado... Tengamos esa generosidad y esa grandeza... 

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