miércoles, 7 de septiembre de 2016

La verdadera felicidad... (Lc 6, 20-26)

A juzgar por lo que vemos en los anuncios, en las películas, en las noticias, la felicidad solo se consigue con dinero... Sí, puesto que, si para ser feliz, necesito un coche último modelo, un móvil último modelo, una casa de cine, un tren de vida en el que no tengo por qué consultar mi cuenta corriente..., esto solo es posible con dinero, con mucho dinero... Con lo cual, podemos llegar a pensar que esto está al alcance solo de unos pocos y, explica, por qué tantas personas entregan lo mejor de sus vidas, de sus energías y de su tiempo a tener más, más y más, sin parecerles nunca suficiente...
Por eso, sorprende escuchar a Jesús llamar "felices" a los que, normalmente, consideramos desdichados y, a su vez, sentir pena, por aquellos a quienes muchas veces envidiamos...
San Lucas simplifica las bienaventuranzas que aparecen en el evangelio según San Mateo y las presenta sin matices. Donde Mateo habla de felices los pobres de espíritu, San Lucas llama sencillamente felices a los pobres. 
En nuestro lenguaje corriente, la pobreza es algo negativo, puesto que denota carencia de algo... Y cuando nos falta algo, solemos sentirnos desdichados... Sin embargo, la pobreza, al aludir a esa "carencia", es una situación que nos permite darnos cuenta de que somos seres necesitados... Que lo verdaderamente importante, no se compra, se recibe como regalo... El amor, la vida, la amistad, el perdón... Soy feliz cuando reconozco y acepto mi pobreza, mi ser débil y frágil... Eso me abre a recibir de los demás, me abre al agradecimiento, me abre a la oración humilde y sencilla...
Felices los que tienen hambre, pero no solo de pan... Felices los que no están satisfechos, los que sienten que les falta "algo", porque tienen un espacio abierto a la acogida..., porque buscan algo más profundo... Y esto, los pondrá en actitud de búsqueda... Y el que busca, encuentra...
Felices los que lloran, los que sufren, los que experimentan esas dolorosas pérdidas en sus vidas... Felices, no por su dolor..., sino porque cuando se ponen delante de Dios, experimentan su amor y su consuelo... Dios no quiere el sufrimiento, pero este forma parte de la vida y, en esos momentos, no estamos solos...
En cambio, a Jesús le daban pena los ricos, los satisfechos, los que viven engañándose a sí mismos, creyendo que no necesitan de nada ni de nadie... Qué soledad, qué precariedad más terrible...
Apostemos por la verdadera felicidad... Se puede ser feliz con tan poco...! Las cosas son necesarias, sin duda... Pero lo que verdaderamente nos hace felices, es gratis... Acojámoslo, cuidémoslo, agradezcámoslo y ofrezcámoselo también a los demás... 

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