sábado, 3 de septiembre de 2016

¡Siéntete libre…! (Lc 6, 1-5)

Hay personas que se empeñan en ver siempre lo negativo, lo que los demás hacen mal, y están permanente corrigiendo y diciendo lo que hay que hacer… y lo que no… Viven al acecho, como si hubieran recibido la misión celestial de supervisar que todos hagan lo correcto… Y la realizan con auténtica dedicación…
Que digo que el tren llega a las 3 de la tarde; ya habrá alguien que diga que no, que es a las 3.02. Que cuento una anécdota, pues ya se encargarán de matizar detalles o corregir pequeñas imprecisiones…
También son personas muy amantes de lo mandado, que no se mueven ni un milímetro de lo que hay que hacer; y, sobre todo, que no dejan que lo hagan los demás… Personas junto a las cuales nos sentimos constreñidas…
Yo he llegado a la conclusión de que no lo hacen por mala voluntad; han sido educados así… Y, en cierto modo, son los primeros en sufrirlo…
Hoy Jesús nos quita otra carga de encima y nos invita a vivir con la libertad de los hijos de Dios.
Un día, Él y sus discípulos iban caminando y atravesaban un sembrado. Como tenían hambre, algunos de ellos arrancaron espigas, las frotaron con sus manos y comieron el grano. El problema es que era sábado, el día dedicado al Señor. Lo que nació como una invitación a dedicarle un tiempo de calidad a Dios y a dejar ese tiempo a disposición de los demás (no hacerlos trabajar), se convirtió en una prohibición absoluta… No se podía hacer nada…, llegando al absurdo de ni siquiera poder hacer un favor o sencillamente cubrir una necesidad básica; en este caso, saciar el hambre…
Nuevamente, los de siempre, se quejan ante Jesús. Y su respuesta, como siempre, nos da luces para vivir. Jesús les recuerda que ya en tiempos remotos, David hizo algo parecido… Cuando alguien tiene hambre, lo normal es que coma… No se puede prohibir algo que va a favor de la persona y, menos aún, en nombre de Dios…
En este texto, Jesús se presenta como “señor del sábado”; es decir, como intérprete autorizado de cómo vivir los preceptos religiosos. Y, la regla de oro es que Dios quiere que el hombre viva y, lo que Él “manda”, lo que busca es proteger la libertad y la dignidad de cada persona… No vivamos constreñidos y constriñamos a los demás… Sintámonos libres, con la libertad de hacer el bien, de hacer lo que tenemos que hacer y creemos ese ambiente en el que los demás también puedan sentirse libres, espontáneos, distendidos… La verdadera religión, libera; nunca oprime… 

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