Esta tercera petición del Padre nuestro es también una petición nuclear…
Pedimos que se haga la voluntad del Padre, no la nuestra. Pero, ¿cuál es la voluntad de Dios?
La voluntad del Padre es el deseo que Él tiene sobre nosotros, sobre la humanidad; lo que Él sueña, lo que Él ha proyectado para cada uno de nosotros, para nuestro mundo…
La voluntad de Dios no es algo misterioso o desconocido. El Padre nos ha manifestado claramente qué es lo que desea, cuál es su sueño… En el Antiguo Testamento su voluntad se identifica con los mandamientos; en el Nuevo, su voluntad aparece claramente recogida en el Sermón del Monte y personificada en Jesús… La voluntad de Dios es que nos amemos, que nos perdonemos, que nos acojamos, que actuemos con los demás como Él actúa… Y, recordemos, Jesús no se cansa de repetirnos que el Padre es bueno y misericordioso con los injustos y desagradecidos, pues su bondad no depende de la respuesta que encuentra en los demás sino de una decisión personal: amar a todos, siempre, en toda circunstancia…
Hacer la voluntad de Dios es vivir de acuerdo a las bienaventuranzas, hacer nuestras las actitudes de Jesús, estar a la escucha de lo que el Padre desea de nosotros en cada momento de nuestra vida y caminar por la senda que nos va marcando, aunque no siempre sea una senda llena de rosas, pues si es su camino, tenemos la certeza de que Él viene con nosotros…
Dile hoy, concientemente: Padre, hágase tu voluntad... Y ofrécele lo que vives, lo que sufres; tus sueños e ilusiones, tus decepciones y tristezas... Dile confiadamente que se haga su voluntad sobre ti pues lo que tiene pensado para ti es lo mejor que te puede suceder en la vida. Pero, recuerda, su voluntad no es que sufras... su voluntad es que sigas confiando y amando siempre y en toda circunstancia... y que, en la medida de tus posibilidades, alivies el sufrimiento de quienes te rodean.
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