El evangelio de hoy nos presenta dos maneras de vivir la relación con Dios y la ayuda a los demás (Mc 12,38-44). Por una lado, hay quienes viven la religión y la entrega a los demás de manera ostentosa pues, en realidad, lo que buscan es ser vistos, ser halagados, ser admirados... Por eso les encantada rezar en público, hacer grandes obras de caridad pero cuidando de ser vistos... Buscan salir en los periódicos, tener algún tipo de reconocimiento social por todo el bien que realizan... y se sienten muy desairados e incluso ofendidos cuando nadie les agradece todo el bien que hacen... incluso llegan a sentir que Dios está en deuda con ellos...
Por otro, en cambio, hay quienes han entendido la vida de una manera muy distinta... Y Jesús lo ilustra fijándose en una pobre viuda que entra en el templo y deposita una pequeña limosna oculta a la vista de todos, probablemente avergonzada por no poder dar más que unas pocas monedas...
Pero Jesús no se deja llevar por las apariencias... Lo que Jesús observa es que esa pobre mujer dio todo lo que tenía para vivir... Y he ahí la paradoja, aquellos que daban "mucho", en realidad estaban dando algunas pequeñas migajas, el sobrante de sus bienes, de su tiempo... En cambio hay quienes sencillamente lo dan todo, ¡he ahí la diferencia...!
¿A qué grupo pertenecemos nosotros? ¿Somos de aquellos que hacemos cosas pero con el deseo manifiesto o escondido de ser reconocidos, o somos como aquella pobre viuda, capaces de entregar lo mucho o poco que tenemos con el único deseo de ponerlo al servicio de los demás aunque nadie lo note ni nos lo agradezca?
Hagamos hoy alguna pequeña obra, tengamos algún pequeño gesto cuidando de permanecer ocultos... El Padre, que está en lo escondido, seguro que sonreirá complacido...
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