Jesús concluye la primera parte del Sermón del Monte con estas palabras: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo" (Mt 5,48).
Una vez más, Jesús sintoniza con uno de nuestros deseos más profundos: la perfección... Todos deseamos hacer bien la cosas... Todos deseamos destacarnos en algo... Todos deseamos sacar lo mejor de nosotros mismos... Y, sí, el Padre nos quiere perfectos, desea que alcancemos la plenitud de nuestro ser pero, ¿perfectos en qué?
Jesús ha respondido a esta pregunta a lo largo del capítulo 5 de Mateo. Nos ha hablado de las bienaventuranzas, nos ha propuesto un código de conducta basado en el amor: la fidelidad, la autenticidad, vencer el mal a fuerza de bien...
Esta postura de Jesús supone una revolución religiosa... No se pone la perfección en el culto (cumplir una serie de prácticas religiosas), en la pureza ritual, en ser "mejores" que los demás (que nos suele llevar a sentirnos por encima de ellos)... La perfección está en el amor, lo que más nos asemeja a Dios es el amor...
Perfecciónate en tu profesión, haz bien lo que tienes encomendado pero, sobre todo, intenta mejorar cada día en lo más importante: aprender a amar a tus semejantes, que son tus hermanos, como el Padre nos ama..., no porque seamos buenos sino porque no sabe hacer otra cosa que amar...
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