viernes, 22 de julio de 2016

Dios me llama por mi nombre. (Jn 20, 1-18)

En un mundo masificado, en el que las personas solemos ser identificadas por un número, es maravilloso constatar que Dios nos conoce a cada uno por nuestro nombre.
Ser llamado por el propio nombre es una experiencia sumamente gratificante... Seguro que en alguna ocasión, en medio de una multitud, cuando nos sentíamos perdidos o desorientados, de pronto hemos escuchado pronunciar nuestro nombre y, pese a la enorme confusión del momento, hemos vuelto el rostro e identificado rápidamente a quien nos llamaba... Es como haber sido rescatados súbitamente del anonimato, del caos...
Esta es la experiencia que hoy nos narra el evangelio.
María Magdalena va al sepulcro. Va cuando aún está oscuro. Magdalena representa en este texto esos momentos de oscuridad interior... Esos momentos en que lloramos una pérdida, en que nos sentimos solos... María ha perdido a Jesús, el único que la ha conocido, respetado, amado como nadie, como solo lo puede hacer Dios. Llora su pérdida, se aferra al pasado, busca donde ya no puede estar, entre los muertos...
Y en medio de esa tristeza, de esa soledad, de esa sensación de abandono, Jesús sale a su encuentro, pero de manera discreta, sin violentarla... Alguien le pregunta por qué llora... Y ella responde... Pero está tan absorta en su dolor, que no reconoce la voz de quien le habla... A veces estamos tan sumergidos en la tristeza, que no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado, que viene a nuestro encuentro... Y aquel desconocido va al centro de su dolor, y le pregunta: A quién buscas? De este modo, intenta descentrarla, ayudarla a salir de su ensimismamiento... Porque muchas veces, la tristeza nos mete en nosotros mismos... Y detrás de la tristeza hay una pérdida, sí, y, por tanto, en el fondo, una búsqueda... 
Y me pregunto... Y yo, por qué lloro, qué es aquello que me produce tristeza...? Qué es lo que en el fondo añoro, qué o a quién busco...? Y recuerdo aquella confesión de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Ti, y mi corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti... La profunda tristeza del alma solo se alivia cuando descansamos en el Señor...
Y, de pronto, cuando Magdalena está ahogada en sus lágrimas que le nublan la visión, Jesús la llama por su nombre... En su tristeza, en su soledad, no está sola... En nuestras tristezas y soledades, no estamos solos... Jesús viene a mi encuentro, está a mi lado y me llama por mi nombre...
La oración es esto... Ponernos ante Dios tal cual somos, con nuestras preocupaciones, tristezas, soledades... Y experimentar el consuelo de sentir a Dios a nuestro lado, enjugando nuestras lágrimas, llamándome por mi nombre, recordándome que no estoy sola...
Gustemos de esa presencia, de esa profunda experiencia de escuchar a Dios pronunciar con ternura y amor mi nombre... Recuperemos la alegría de sentirnos profundamente amados...

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