viernes, 15 de julio de 2016

El verdadero sentido de los mandamientos. (Mt 12, 1-8)

¿Qué hacer cuando una norma religiosa entra en conflicto con una necesidad básica? ¿Está la "Ley" por encima de la persona? Jesús va a responder a estos interrogantes en el evangelio de hoy.
Los apóstoles tienen hambre y arrancan unas espigas en sábado. El problema es que esto estaba prohibido. Esta situación pone de manifiesto uno de los motivos de enfrentamiento entre Jesús y el grupo de los fariseos: su modo de interpretar y, por tanto, de vivir, una de las normas religiosas más fundamentales del judaísmo: el Sábado. Porque, según entendamos las cosas, así las viviremos.
Entonces, y en todos los tiempos, incluido el nuestro, hay un modo de interpretar la vivencia religiosa apegándose estrictamente a la normativa vigente; se hace lo que “está mandado”, sin mayores disquisiciones y, al hacerlo, somos fieles a Dios. En realidad, este es un modo sencillo y descomplicado de vivir, pues con hacer lo que se nos manda es suficiente… No hace falta interpretar ni discernir… Esto, en términos generales, no está mal, pero a veces la vida nos presenta situaciones un poco más complejas que exige de nuestra parte una comprensión del espíritu, del sentido de lo que “está mandado”. Y Jesús lo que intenta es eso, ayudarnos a comprender el sentido de los mandamientos que el Señor ha dado a su pueblo, mandamientos que lo que pretenden es ayudarnos a vivir nuestra condición de hijos y hermanos… Así, por ejemplo, robar no es malo porque Dios lo prohíbe en el Decálogo, sino que el Señor nos dice “No robarás”, porque quien roba, perjudica a su hermano. Así, los mandamientos del Señor son una ayuda para educar la conciencia, no normas rígidas y arbitrarias; no son una carga, son un camino de libertad.
Por eso, en este episodio, Jesús dice: “Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa” (Mt 12, 7)… ¿Es una crítica dura o más bien una lamentación? Yo me inclino por lo segundo… Jesús se lamenta de que no terminamos de comprender qué es lo que Dios realmente quiere… Su Padre, nuestro Padre, quiere, sobre todo, misericordia, compasión hacia el hermano… ¿De qué sirven tantas prácticas religiosas si no tenemos un corazón compasivo? ¿De qué sirve tanta fidelidad a lo que está mandado si tenemos el corazón duro y pronto a condenar, en vez de amar y salvar? No se trata de no hacer lo mandado; entenderlo así sería no entender. Se trata de comprender su sentido, lo que Dios quiere. Los “sacrificios” tendrán sentido si son expresión de amor a Dios y si van de la mano a una práctica amorosa al prójimo… Esta es la esencia del cristianismo y me atrevería a decir que de toda religión verdadera… Por eso, podríamos preguntarnos: ¿mi modo de vivir la religión, el seguimiento de Jesús, me ayuda a amar más, a servir mejor; va haciendo mi corazón, mis relaciones más compasivas y misericordiosas?
Jesús concluye esta intervención diciendo: “Porque el Hijo del hombre es señor del sábado” (Mt 12, 8). Es decir, si hay alguien con la autoridad suficiente para decirnos el sentido de lo que Dios quiere, es Él… De allí la importancia de leer y, sobre todo, entender el evangelio, pues es Jesús quien nos enseña realmente el camino que conduce al Padre.

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