lunes, 18 de julio de 2016

La vida es un milagro... (Mt 12, 38-42)

Estamos tan acostumbrados a estar rodeados de hechos absolutamente extraordinarios, que nos cuesta darnos cuenta de que la vida, en general, y nuestra vida, en particular, es un milagro continuo... 
Intentemos, por un instante, ver lo que nos rodea bajo este prisma. La vida misma es un milagro... El poder ver, oír... es un milagro... El amar y experimentar la amistad, el amor incondicional, es un milagro...
Tengo un amigo que insiste mucho en esta experiencia, y en más de una ocasión le he escuchado decir que no entiende por qué muchas personas llaman milagro solo a las cosas aparentemente extraordinarias, cuando todo lo que nos rodea, lo es... 
Lo que sucede es que, para ver estos milagros, necesitamos unos ojos y un corazón con capacidad de asombro, como los ojos de un niño...
Los letrados y fariseos del tiempo de Jesús, de algún modo también nos reflejan a nosotros. En el evangelio de hoy, le dicen: "Maestro, queremos ver un milagro tuyo. El les contestó: Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás."
Impresiona esta petición... A estas alturas, Jesús ha hecho ya una serie de milagros, y ellos mismos los han visto. Y, sin embargo, siguen pidiendo signos, milagros, señales... Pero no nos escandalicemos, pues lo mismo nos ocurre a nosotros... Cuántos milagros y hechos extraordinarios hemos visto y nos han sucedido a lo largo de nuestra vida y, aún así, le seguimos pidiendo al Señor "señales". De allí esa respuesta tan dura de Jesús. Califica su generación como pervertida y adúltera. 
Aunque parezca mentira, ambas palabras están relacionadas. Etimológicamente, pervertir viene de girar, dar vuelta, trastocar el orden, el sentido de las cosas... Y, adulterar, alterar o falsear el sentido auténtico de algo. Con esto, Jesús lo que denuncia es nuestra mirada y corazón retorcidos, que le busca la vuelta a las cosas, hasta adulterar su sentido... Qué pena...! Una vez más, no hay peor ciego, que el que no quiere ver...
Abramos nuestros ojos y nuestro corazón para ver las maravillas que Dios nos regala cada día... Recuperemos nuestra capacidad de asombro... Que el Señor no nos diga a nosotros, lo que en su día dijo a los letrados y fariseos... Tengamos un corazón agradecido... Y dediquemos, todos los días, al menos unos instantes, a dar gracias por los pequeños y grandes milagros con los que somos bendecidos...

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