domingo, 31 de julio de 2016

Seamos ricos ante Dios. (Lc 12, 13-21)

“Un hombre rico tuvo una cosecha abundante. Y  pensaba para sí: ¿Qué hago? No tengo dónde almacenar la cosecha. Ya sé, derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de la cosecha.”
Escribe san Basilio: “¿Y si luego también llenas estos graneros, qué harás? ¿Derribarás nuevamente tus graneros y nuevamente los ampliarás? ¿Construirás para luego derribar? ¿Hay algo más absurdo e inútil? Si quieres, ten graneros: la casa de los pobres”.
El rico de la parábola dice siempre “yo” (yo demoleré, construiré, almacenaré…), usa siempre el adjetivo posesivo “mío” (mis bienes, mi cosecha, mis graneros, se habla a sí mismo…). No hay nadie más en su horizonte. Es un hombre cerrado, no solo sin generosidad, sino sin relaciones. Lo suyo no es vida. De hecho, Dios le dice: “necio, esta noche te van a exigir la vida”.
Jesús no evoca la muerte como una amenaza para que así despreciemos los bienes de la tierra. El Evangelio no es contrario a que gocemos de las pequeñas o grandes alegrías que encontramos en nuestro camino, como quiere hacer aquel hombre rico (alma mía, descansa, come, bebe, diviértete…). Jesús no es como algunos predicadores que extienden un velo de triste rechazo sobre las cosas de este mundo, como si quisieran que no amemos la vida; no dice que el pan no sea bueno, que el bienestar sea malo. Lo que dice es que “no solo de pan vive el hombre”. Más aún, que si solo se alimenta de pan, de bienestar, de cosas, el hombre muere. Que nuestra vida no depende de nuestros bienes, no depende de lo que uno posee, sino de lo que cada uno da. La vida se alimenta de vida entregada. Nosotros somos ricos solo de aquello que hemos dado. En la columna de nuestro haber, al final, solo estará escrito aquello de lo que nos hemos despojado para dárselo a alguien. “Si quieres, ten graneros: la casa de los pobres” (san Basilio).
Pero el hombre rico se ha creado un desierto alrededor. Está solo, aislado en medio de sus graneros llenos. No se nombra a nadie más, no hay nadie en casa, ningún pobre a la puerta, nadie con quien compartir la alegría de la cosecha. Las personas cuentan menos que un saco de grano. No vive bien.
Jesús quiere responder a una pregunta acerca de la felicidad, que se nutre de al menos dos condiciones: no puede ser nunca solitaria y siempre tiene que ver con el don. ¿Quieres una vida plena? No la busques en el mercado de las cosas: las cosas prometen algo que no pueden dar. Las cosas tienen un fondo, y el fondo de las cosas está vacío. Búscala entre las personas. Desplaza tu deseo. Así sucede con quien acumula tesoros para sí y no se enriquece ante Dios. La alternativa es clara: quien acumula “para sí”, muere lentamente. Quien se enriquece ante Dios, creando relaciones buenas, entregando en lugar de acumular, ha encontrado el secreto de la vida que no muere.
(Ermes Ronchi. www.retesicomoro.it - Traducido del italiano)

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