domingo, 31 de julio de 2016

Seamos ricos ante Dios. (Lc 12, 13-21)

“Un hombre rico tuvo una cosecha abundante. Y  pensaba para sí: ¿Qué hago? No tengo dónde almacenar la cosecha. Ya sé, derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de la cosecha.”
Escribe san Basilio: “¿Y si luego también llenas estos graneros, qué harás? ¿Derribarás nuevamente tus graneros y nuevamente los ampliarás? ¿Construirás para luego derribar? ¿Hay algo más absurdo e inútil? Si quieres, ten graneros: la casa de los pobres”.
El rico de la parábola dice siempre “yo” (yo demoleré, construiré, almacenaré…), usa siempre el adjetivo posesivo “mío” (mis bienes, mi cosecha, mis graneros, se habla a sí mismo…). No hay nadie más en su horizonte. Es un hombre cerrado, no solo sin generosidad, sino sin relaciones. Lo suyo no es vida. De hecho, Dios le dice: “necio, esta noche te van a exigir la vida”.
Jesús no evoca la muerte como una amenaza para que así despreciemos los bienes de la tierra. El Evangelio no es contrario a que gocemos de las pequeñas o grandes alegrías que encontramos en nuestro camino, como quiere hacer aquel hombre rico (alma mía, descansa, come, bebe, diviértete…). Jesús no es como algunos predicadores que extienden un velo de triste rechazo sobre las cosas de este mundo, como si quisieran que no amemos la vida; no dice que el pan no sea bueno, que el bienestar sea malo. Lo que dice es que “no solo de pan vive el hombre”. Más aún, que si solo se alimenta de pan, de bienestar, de cosas, el hombre muere. Que nuestra vida no depende de nuestros bienes, no depende de lo que uno posee, sino de lo que cada uno da. La vida se alimenta de vida entregada. Nosotros somos ricos solo de aquello que hemos dado. En la columna de nuestro haber, al final, solo estará escrito aquello de lo que nos hemos despojado para dárselo a alguien. “Si quieres, ten graneros: la casa de los pobres” (san Basilio).
Pero el hombre rico se ha creado un desierto alrededor. Está solo, aislado en medio de sus graneros llenos. No se nombra a nadie más, no hay nadie en casa, ningún pobre a la puerta, nadie con quien compartir la alegría de la cosecha. Las personas cuentan menos que un saco de grano. No vive bien.
Jesús quiere responder a una pregunta acerca de la felicidad, que se nutre de al menos dos condiciones: no puede ser nunca solitaria y siempre tiene que ver con el don. ¿Quieres una vida plena? No la busques en el mercado de las cosas: las cosas prometen algo que no pueden dar. Las cosas tienen un fondo, y el fondo de las cosas está vacío. Búscala entre las personas. Desplaza tu deseo. Así sucede con quien acumula tesoros para sí y no se enriquece ante Dios. La alternativa es clara: quien acumula “para sí”, muere lentamente. Quien se enriquece ante Dios, creando relaciones buenas, entregando en lugar de acumular, ha encontrado el secreto de la vida que no muere.
(Ermes Ronchi. www.retesicomoro.it - Traducido del italiano)

sábado, 30 de julio de 2016

El drama de los mártires de hoy. (Mt 14, 1-12)

El evangelio de hoy nos presenta el martirio de Juan el Bautista. Juan no muere de muerte "natural" ni es simplemente asesinado; Juan muere como consecuencia de su vida, de su fe, y es esto lo que lo convierte en mártir. 
Juan es conocido como el precursor, el que va por delante. En los capítulos anteriores, San Mateo nos ha presentado distintos episodios en los que Jesús es rechazado, precisamente por quienes deberían haberlo reconocido. Con la muerte de Juan, de algún modo nos dice que Jesús fue consciente del riesgo que corría su vida.
Esto pone ante nosotros el drama de miles y miles de personas que hoy también son perseguidas y asesinadas a causa de su vida, de su fe. 
Herodes tomó preso a Juan porque se atrevió a denunciar que no estaba bien que viviera con la mujer de su hermano. Hoy son miles los que están en las cárceles por denunciar las injusticias, porque resultan molestos a los poderes fácticos. 
Y Herodes manda a matar a Juan, por una artimaña de su mujer. Herodías hace bailar a su hija delante del rey. Y, este, para lucirse ante sus invitados dando muestras de su poder, le ofrece lo que ella pida. Y, movida por su madre, pide la cabeza del Bautista... La verdadera instigadora queda oculta...
Como siempre, el evangelio nos invita a una reflexión. En primer lugar, nos invita a no vivir de espaldas al drama que actualmente está viviendo poblaciones enteras, cristianos que están teniendo que abandonar sus casas, que están perdiendo la vida por el simple hecho de ser cristianos. Es escandaloso el silencio de la comunidad internacional, pero también el nuestro, como si fuera algo que no tiene que ver con nosotros. La foto nos muestra el martirio de 21 cristianos ejecutados en Libia.
Y, como siempre, también nos invita a mirar hacia nuestro interior. El ser humano tiene la tendencia a eliminar a quienes le "molestan", desde los tiempos de Caín y Abel. Unos lo hacen de manera directa, incluso burda; otros, de maneras más sutiles, como Herodías, que se las arregla para eliminar a Juan manipulando a otros... Seguramente ninguno de nosotros hemos llegado al asesinato, pero puede que en nuestro haber tengamos personas a las que hemos quitado de en medio...  
Pidámosle al Señor luz para conocer lo que anida en nuestro corazón para poder vencerlo. Eliminemos todo rastro de odio, de envidia, de resentimiento... Que nunca seamos causa del sufrimiento de otras personas. Y pidámosle también ser como Juan, capaces de dar la vida, de jugarnos el tipo por mantenernos fieles a nuestra fe, a nuestras convicciones.

viernes, 29 de julio de 2016

No pongamos etiquetas. (Mt 13, 54-58)

Todos, alguna vez, hemos sido víctima de las "etiquetas". Como dice el refrán: por un a vez que maté un perro, me llamaron "mataperros". E, igual que nos las ponen a nosotros, también nosotros solemos ponerlas. Es decir, todos tenemos la tendencia a calificar a los demás, a tener una idea preconcebida, cerrada, inamovible y, sobre todo, limitadora. Esto hace que tengamos una visión muy reducida de las personas y no nos permite conocerlas en profundidad.
Jesús también vivió o, más bien, padeció esta experiencia humana. El evangelio de hoy nos narra una de sus visitas a Nazaret, la ciudad donde se crió. Entra a la sinagoga y empieza a predicar, como seguramente lo había hecho más de una vez. La diferencia es que, en esta ocasión, ya no era el mismo Jesús que habían conocido. De él se decía que realizaba milagros. Y lo miran con esos ojos incrédulos y murmuran... No, no puede ser posible... Y se niegan a la evidencia... Este parece ser el origen de otro refrán muy popular: nadie es profeta en su tierra.
Sí, es triste constatar lo difícil que es ser profetas en nuestra tierra. Y lo difícil que es dejar que otros lo sean...
La pena es que, esta postura, resulta ser profundamente limitante. De hecho este episodio concluye así: "Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe."
Cuántas personas podrían dar mucho más de sí, si creyéramos en ellas... Todos hemos experimentado de lo que somos capaces cuando alguien nos da un voto de confianza...
No pongamos etiquetas. Creamos en el potencial de los demás. Démosles el regalo de nuestra confianza. Y tampoco dejemos que nos limiten. Ante esta experiencia, Jesús no se vino abajo. Sencillamente marchó a otro lugar y siguió adelante con su misión... Qué le proporcionaba esta confianza, esta seguridad? La profunda experiencia del amor que le tenía su Padre... Dios no nos pone etiquetas... No dejemos que nos las pongan y que nos limiten los demás...

jueves, 28 de julio de 2016

Abrámonos a lo nuevo...! (Mt 13, 47-53)

Uno de los grandes descubrimientos de la neurociencia es la plasticidad del cerebro, lo que supone la constatación de que el ser humano nunca pierde la capacidad de aprender -salvo que padezca alguna enfermedad degenerativa- y tiene una enorme capacidad de abrirse a lo nuevo. Me atrevería a decir que es precisamente esa apertura a la novedad el motor de la ciencia, de los descubrimientos y lo que nos mantiene vivos e ilusionados cada mañana... Siempre hay algo nuevo por descubrir, por explorar, por vivir.
Al concluir la sección destinada a las parábolas, que lo que han pretendido es explicarnos la novedad de la propuesta de Jesús, Mateo pone en labios del Maestro: "Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo."
Jesús nos invita a abrirnos a la novedad del evangelio. Y es que, aunque estamos hechos para abrirnos a lo nuevo, muchas veces nos dejamos llevar por nuestras inercias, por lo que hemos hecho toda la vida... Tenemos ya nuestra idea sobre Dios, sobre cómo funciona la vida, los demás, incluso sobre mí mismo... Y eso puede llegar a cerrar nuestros ojos y nuestro corazón para descubrir lo nuevo que Dios nos entrega cada día.
No se trata de andar buscando novedades; eso es otra cosa. Se trata de aprender a mantener lo "antiguo", que permanece siendo válido, y, al mismo tiempo, incorporar nuevos aprendizajes... Esto es lo que nos mantiene vivos... Hacer las cosas de manera distinta, aprender un nuevo idioma, viajar, conocer personas diferentes, incorporar nuevos hábitos, comprometerse en un voluntariado... Cosas que a lo mejor he querido hacer siempre pero que, por un motivo u otro, hasta ahora no he hecho.
Jesús se encontró con personas que prefirieron lo de toda la vida. Lo nuevo genera resistencia. Y encontró también personas que supieron acoger su novedad, entender la religión no como un conjunto de normas, prácticas y preceptos que nos dan seguridad, aunque a veces puedan llegar a ser como una carga, sino como amor... La experiencia religiosa es descubrir y experimentar que Dios es alguien que nos ama, que se preocupa por nosotros, que nos quiere felices y, por tanto, descubrir que nuestra vida también es amor, amor que se dona, que se entrega, que se convierte en don para los demás.
Abrámonos a lo nuevo que Dios nos regalará el día de hoy!
Si queréis saber más sobre este texto, seguid este enlace.

miércoles, 27 de julio de 2016

La fuente de la alegría. (Mt 13, 44-46)

Hoy el evangelio nos habla de la alegría... Solo el leerlo me ha dejado esa sensación...
Como en tantas ocasiones, Jesús nos narra una pequeña historia. Se trata de un comerciante de perlas finas. Por tanto, de alguien que realmente entiende de perlas... De alguien que busca buenas perlas para poder venderlas... Y me quedo con estos dos verbos: sabe lo que busca y entiende, distingue lo que realmente vale la pena... Por eso, rápidamente reconoce que la perla que ha encontrado, tiene un valor extraordinario, incalculable, y experimenta una gran alegría, la alegría de quien encuentra aquello que lleva mucho tiempo buscando y que, además, sabe que tiene tal valor, que es capaz de vender, dejar, deshacerse de todo lo que tiene, para adquirirla... Y lo que deja no es nada comparado con lo que adquiere. Qué imagen más bonita para hablar de la experiencia de Dios...! Encontrar a Dios, descubrirlo presente en nuestra vida, produce una alegría indescriptible... De hecho, o nuestra experiencia religiosa nos proporciona alegría, profundo gozo en el corazón, o no es una auténtica experiencia religiosa... He aquí otro criterio de discernimiento, otra pista para distinguir si es una experiencia auténtica...
Por eso, cuando me encuentro personas para quienes la religión es una carga, un yugo, una serie de normas, preceptos y prohibiciones, hay algo que no va bien... La religión, cuando es portadora de auténtica espiritualidad, nos aligera por dentro, nos libera, nos da paz, alegría, plenitud... De ahí que el Papa Francisco insista tanto en la alegría, hasta el punto de haber titulado a uno de sus grandes escritos La Alegría del Evangelio...
Los cristianos tenemos muchos motivos para estar alegres. La alegría no es falta de problemas, sufrimientos o dificultades... La alegría es sabernos y sentirnos profundamente amados, salvados, acompañados... Contagiemos esta alegría profunda, esta alegría serena... Mostremos el rostro de un Dios que nos ama, de un Dios que no pide sino que da, se nos da; de un Dios que no exige sino que sencillamente nos ama y nos quiere felices...

martes, 26 de julio de 2016

La misteriosa lucha entre el bien y el mal. (Mt 13, 36-43)

La lucha entre el bien y el mal ha sido siempre un argumento recurrente en las películas, series, incluso en los cuentos infantiles. Y, en esa lucha, después de muchas batallas, al final vence el bien.
Recuerdo que uno de mis sobrinos, cuando tenía unos siete años, me decía que él quería ser bueno, como los de los cuentos. Cuando le pregunté el porqué, me contestó: porque al final siempre ganan... Me sorprendió... Había captado perfectamente que, aunque los buenos lo pasaban mal, al final eran los que salían vencedores y, claro, él lo que realmente quería era salir triunfador...
Esta convicción profunda de que el bien, al final, es más poderoso que el mal, está también presente en la Biblia; la resurrección de Jesús es la prueba más elocuente. 
El evangelio de hoy nos habla de esta lucha, muchas veces silenciosa. En la explicación de la parábola del trigo y la cizaña, Jesús nos viene a decir que en la vida no solo conviven el bien y el mal, sino que conviven "entremezclados"; es decir, que no siempre es fácil distinguirlos y que, en no pocas ocasiones, nos equivocamos y elegimos el mal, creyendo que es un bien... Por eso es tan importante aprender a discernir, a distinguir entre lo bueno y lo malo, no en un sentido "moralista", sino en un sentido espiritual, donde "bueno" es lo que está alineado con los valores del evangelio (el perdón, el servicio, la entrega...) y, malo, todo lo que rompe la fraternidad... Éste es un buen criterio de discernimiento... No se trata de decir, "y esto, qué tiene de malo", sino de aprender a preguntarnos si "eso", nos ayuda a vivir el evangelio, a construir fraternidad, a acercar posturas, crear puentes...
La vida no es fácil. Siempre habrá una lucha entre el bien y el mal a distintos niveles, desde el ámbito internacional, ideológico... hasta nuestros entornos más cercanos, en nuestros trabajos, familia, dentro de nosotros mismos...
La invitación es a no claudicar de hacer el bien, aunque a veces parezca que no merece la pena... Seamos trigo en medio de la cizaña, seamos seres de luz, seamos portadores de amor, paz, bondad...

lunes, 25 de julio de 2016

Somos un diamante en bruto... (Mt 20, 20-28)

En nosotros conviven un cúmulo de deseos... Algunos de ellos están asociados a la búsqueda de dinero, fama, poder. Soñamos con tener riqueza, ser famosos, influyentes... Y algunas personas hacen lo que sea para conseguirlo, pues creen que, de este modo, serán más felices. Y este, "lo que sea", incluye transitar caminos no tan rectos y, en no pocas ocasiones, hacer de lado a los demás. Y no nos escandalicemos, pues esto les ha ocurrido hasta a los mayores Santos; el evangelio de hoy da cuenta de ello... Santiago, el gran Santiago el Mayor, y su hermano Juan, al que muchos identifican con "el discípulo amado", el místico, también se dejaron llevar por estas ansias de ser más que los demás, en este caso, ocupando puestos importantes, nada más y nada menos, que sentarse a la derecha y a la izquierda del Maestro.
Me sorprende observar que Jesús no los riñe, ni se muestra decepcionado... Jesús es un Maestro, un pedagogo, que sabe sacar lo mejor de cada persona. Por eso les pregunta: "seréis capaces de beber el cáliz que yo voy a beber?" Es decir, les presenta un desafío: seréis capaces de recorrer el camino que yo voy a recorrer, hasta las últimas consecuencias? 
Jesús conecta con ese deseo de ser más, pero lo orienta en la dirección correcta... El camino no es el tener más o estar por encima de los demás... Los bienes son necesarios, pero son medios, no un fin en sí mismos... El camino de la grandeza personal es entender la vida como amor, servicio, entrega... 
Sí, estamos llamados a dar lo mejor de nosotros mismos... Hay una expresión que una vez escuché y que me dice mucho: estamos llamados a ser la mejor versión de nosotros mismos... Somos como un diamante en bruto! 
Hoy se nos invita a que seamos la mejor versión de nosotros mismos, a sacar lo mejor de mí... Cultivemos nuestros deseos de grandeza, y dirijámoslos hacia la verdadera grandeza, la de poner todos nuestros dones al servicio de una causa, al servicio de los demás, al servicio de hacer un mundo mejor... Que a nuestro paso por esta vida, ayudemos a que las personas y nuestros entornos, sean un poquito mejores..., que al paso de los años, el Señor vaya haciendo de mí lo que ha soñado que yo sea... 
Santiago murió mártir. Al final, fue capaz de dar la vida... Y nosotros, solo Dios sabe de lo que seremos capaces de hacer, de dar, si nos ponemos en sus manos...

domingo, 24 de julio de 2016

Cómo orar... (Lc 11, 1-13)

“Señor, enséñanos a orar”. 
Orar es conectar el cielo con la tierra (M. Zundel), pegarnos a Dios, como se pega la boca a la fuente. Orar es abrirse, con el gozo sediento y silencioso de la hierba que acoge el agua que lo vivifica y lo hace fecundo: “que sepas que Tú eres para mí, lo que la primavera es para las flores” (G. Centore).
Orar es dirigirnos a Dios como a un padre, un papá que ama a sus hijos, no al señor, el rey o el juez. Un Dios que no se impone sino que nos abraza; un Dios cariñoso, cercano, tierno, a quien pedir las pocas cosas que nos son indispensables para vivir. Y pedirle como hermanos, olvidando las palabras “yo” y “mío”, pues no existen en el diccionario de Dios. De hecho, en la oración que nos enseña Jesús solo existen las palabras “tú” y “nuestro”, como si se tratase de unos brazos abiertos, deseando abrazar el mundo.
Y lo primero que nos enseña a pedir es esto: “santificado sea tu nombre”. El nombre de Dios es amor. Que el amor sea santificado en la tierra por todos, en todo el mundo. Que el amor santifique la tierra. Si hay algo santo en este mundo, algo eterno en nosotros, es nuestra capacidad de amar y ser amados.
Lo segundo: “Venga a nosotros tu reino”, que la tierra sea como Tú la has soñado. Que venga ya, sin demora. Que actúe la levadura ya presente en lo profundo de las cosas y fermente; que la semilla se convierta en pan, que el alba dé paso a un amanecer lleno de luz.
Y, luego, la tercera petición. Tercera porque, sin las dos primeras, no sería suficiente: “Danos nuestro pan de cada día”. Pan es todo aquello que alimenta la vida y la felicidad: danos el pan y el amor, ambos igualmente necesarios; el pan y el amor, ambos cada día. Pan para sobrevivir, amor para vivir. Y que sea “nuestro” pan, porque si alguien está saciado, mientras otro muere de hambre, ese no es el pan de Dios, y el mundo nuevo no se abre camino.
En cuarto lugar: “perdona nuestros pecados”, arranca todo aquello que nos pesa en lo profundo del corazón y lo envejece, aquello que está en mí y que ha hecho daño a los demás, aquello de los demás que me ha hecho daño, todas las heridas que se mantienen abiertas. El perdón no se reduce a un borrón y cuenta nueva sobre el pasado, sino que hace posible el futuro, abre caminos, purifica el aire que respiramos. Y nosotros, que hemos experimentado el poder del perdón, lo damos a nuestros hermanos y a nosotros mismos (y qué difícil es, a veces, perdonarnos a nosotros mismos) para, así, volver a edificar la paz.
Y, por último: “No nos dejes caer en la tentación”. Si nos ves presa del miedo, la desconfianza, la tristeza; si nos ves sumergidos en lo que nos hace daño, Padre, buen samaritano de nuestras vidas, danos tu mano y sácanos de allí. Será como despegar, surcar las nubes y volver al azul del cielo, a la luz (M. Marcolini). Y luego, volver a la tierra, empapados de sol.
(Ermes Ronchi – www.retesicomoro.it – traducido del italiano)

sábado, 23 de julio de 2016

La importancia de estar conectados. (Jn 15, 1-8)

Hoy se habla con frecuencia de la importancia de estar conectados. No me refiero a tener acceso a Internet o a tener cobertura en el móvil o el celular. Me refiero a la importancia de estar conectados interiormente, de estar conectados a nosotros mismos.
Hay muchos artículos que hablan de este tema y se nos proponen técnicas y ejercicios para recuperar o fortalecer esta conexión. Y sí, sin duda es importante estar conectados con nosotros mismos, ser conscientes de lo que nos pasa, de lo que pensamos, de lo que sentimos, de lo que nos mueve internamente... Acceder a la riqueza de nuestro mundo interior, a ese lugar sagrado en el que encontramos paz, sosiego, plenitud... 
Jesús también nos habla de la necesidad de estar conectados, pero no se refiere solo a esa conexión con nosotros mismos, sin duda importante, sino a estar conectados a Él, a vivir unidos a Él y para ello usa el verbo "permanecer". Es decir, nos invita a mantener esta conexión de manera estable, permanente...
Necesitamos vivir conectados a nosotros mismos. Y esa conexión nos ayudará a descubrir una conexión más profunda... Somos seres espirituales, en profunda conexión con Dios... 
Hay muchas imágenes que nos ayudan a vislumbrar en qué consiste esta conexión. Una imagen muy bonita es la de la fuente... Vivir conectados es haber accedido a la fuente de donde fluye el amor, la vida... Vivir conectados es dejar que ese amor y esa vida fluyan a través de mí. Vivir conectados es ser conscientes de que yo no soy el origen del amor y de la vida, sino experimentar el gozo de ser ese canal a través del cual Dios fluye. Vivir conectados es sentirnos seres habitados... Y es esa conexión la que hace que nuestra vida sea fecunda, que a nuestro alrededor florezca la vida... Hay una canción de Marcela Gándara que expresa muy bien esta experiencia: "Fluye en mí".
Fortalezcamos esta conexión... Para ello, en primer lugar, hagámonos conscientes de esa presencia, de que somos seres habitados, seres espirituales. Visualicémonos conectados a esa fuente que está en nuestro interior, que es Dios mismo y dejémosla fluir dentro de nosotros... Amar cansa cuando no estamos conectados a la fuente..., la vida cansa cuando no nos alimentamos de ella... Nuestra vida será más plena, tendremos más paz, andaremos por el mundo más centrados, más gozosos, más fecundos... Dolores Sopeña decía: Seamos canales por los que pasa la gracia divina hacia aquellos que lo necesitan... Llevemos a Dios con nuestra vida, con nuestra sonrisa, con nuestros pequeños o grandes gestos de amor...

viernes, 22 de julio de 2016

Dios me llama por mi nombre. (Jn 20, 1-18)

En un mundo masificado, en el que las personas solemos ser identificadas por un número, es maravilloso constatar que Dios nos conoce a cada uno por nuestro nombre.
Ser llamado por el propio nombre es una experiencia sumamente gratificante... Seguro que en alguna ocasión, en medio de una multitud, cuando nos sentíamos perdidos o desorientados, de pronto hemos escuchado pronunciar nuestro nombre y, pese a la enorme confusión del momento, hemos vuelto el rostro e identificado rápidamente a quien nos llamaba... Es como haber sido rescatados súbitamente del anonimato, del caos...
Esta es la experiencia que hoy nos narra el evangelio.
María Magdalena va al sepulcro. Va cuando aún está oscuro. Magdalena representa en este texto esos momentos de oscuridad interior... Esos momentos en que lloramos una pérdida, en que nos sentimos solos... María ha perdido a Jesús, el único que la ha conocido, respetado, amado como nadie, como solo lo puede hacer Dios. Llora su pérdida, se aferra al pasado, busca donde ya no puede estar, entre los muertos...
Y en medio de esa tristeza, de esa soledad, de esa sensación de abandono, Jesús sale a su encuentro, pero de manera discreta, sin violentarla... Alguien le pregunta por qué llora... Y ella responde... Pero está tan absorta en su dolor, que no reconoce la voz de quien le habla... A veces estamos tan sumergidos en la tristeza, que no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado, que viene a nuestro encuentro... Y aquel desconocido va al centro de su dolor, y le pregunta: A quién buscas? De este modo, intenta descentrarla, ayudarla a salir de su ensimismamiento... Porque muchas veces, la tristeza nos mete en nosotros mismos... Y detrás de la tristeza hay una pérdida, sí, y, por tanto, en el fondo, una búsqueda... 
Y me pregunto... Y yo, por qué lloro, qué es aquello que me produce tristeza...? Qué es lo que en el fondo añoro, qué o a quién busco...? Y recuerdo aquella confesión de San Agustín: Nos hiciste, Señor, para Ti, y mi corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti... La profunda tristeza del alma solo se alivia cuando descansamos en el Señor...
Y, de pronto, cuando Magdalena está ahogada en sus lágrimas que le nublan la visión, Jesús la llama por su nombre... En su tristeza, en su soledad, no está sola... En nuestras tristezas y soledades, no estamos solos... Jesús viene a mi encuentro, está a mi lado y me llama por mi nombre...
La oración es esto... Ponernos ante Dios tal cual somos, con nuestras preocupaciones, tristezas, soledades... Y experimentar el consuelo de sentir a Dios a nuestro lado, enjugando nuestras lágrimas, llamándome por mi nombre, recordándome que no estoy sola...
Gustemos de esa presencia, de esa profunda experiencia de escuchar a Dios pronunciar con ternura y amor mi nombre... Recuperemos la alegría de sentirnos profundamente amados...

jueves, 21 de julio de 2016

Dichosos vuestros ojos porque ven... (Mt 13, 10-19)

Todos conocemos el refrán "no hay peor sordo que el que no quiere oír ni peor ciego que el que no quiere ver". Pues este refrán nos ayuda a entender el evangelio de hoy.
En el capítulo 13 del evangelio según San Mateo, se han agrupado algunas parábolas de Jesús. Después de narrar la primera, le preguntan por qué habla en parábolas, es decir, a través de cuentos e imágenes. Y Jesús responde: "les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender."
El lenguaje parabólico nos obliga a detenernos, a pensar, a preguntarnos por su significado, con lo cual pone de manifiesto quién tiene interés en saber lo que Jesús quiere decir y quién, sencillamente, pasa de largo o, incluso, lo malinterpreta. Diríamos que este modo de hablar actúa como un filtro.
Y Jesús, a continuación, cita unas palabras del profeta Isaías: 
"Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure".
Muchas veces me han preguntado sobre el sentido de estas palabras. Algunos quedan desconcertados, pues piensan que es Dios el responsable de que unos entiendan y otros no, de que unos crean y otros no. Realmente no sé por qué tenemos esa tendencia a responsabilizar a Dios de nuestras propias acciones. Con las palabras de Isaías, Jesús viene a decirnos cuál es la raíz de muchas de nuestras sorderas y cegueras: el corazón embotado, duro, cerrado... Sí, no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír... Y explica el por qué de esa cerrazón: si entendemos, probablemente tendríamos que hacer algunos cambios en nuestra vida y... en el fondo, no queremos... Qué tremendo...
Y, me pregunto, cómo está mi corazón? Es un corazón abierto, transparente, sano? Lo sabré si observó mi mirada... Si mis ojos ven con facilidad a Dios presente en mi vida, si mis oídos escuchan con facilidad las llamadas que me hace constantemente y respondo a ellas...
Por eso, Jesús concluye diciendo: "Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron." Sí, démosle gracias, porque tenemos la suerte de conocer a Jesús y estar abiertos a su Palabra... Y ayudemos a que otros también puedan conocerlo, amarlo y seguirlo...

miércoles, 20 de julio de 2016

Parábola del sembrador. (Mt 13, 1-9)

La parábola del sembrador es una de las más conocidas. Su intención primera es explicar por qué el mundo, nosotros, no terminamos de ser "como Dios quiere"...
Y la explicación es muy sencilla... Todo depende de nuestra disposición interior...
Al contemplar este texto, hoy podemos centrarnos en la persona del sembrador pues, en realidad, representa a Dios y explica el modo de actuar de Jesús...
Esta parábola bien podría llamarse la parábola de la generosidad de Dios. Sí, Dios es espléndido repartiendo sus dones... Y no se da nunca por vencido... Todas las mañanas sale a sembrar... No está sentado en su trono real, inmóvil... Dios sale a nuestro encuentro y deposita en nuestro corazón su semilla... No distingue entre buenos y malos, entre justos e injustos... Él se da generosamente a todos... 
Caigamos en la cuenta de esas semillas que hoy sembrará en mi corazón... Semillas de generosidad, de pensamientos positivos, de deseos de ayudar... Ese darme cuenta cuando alguien necesita de mí, cuando puedo hacer un pequeño servicio... Acojamos esa semilla y dejemos que fructifique...
Seamos como Jesús... Sembremos con generosidad, sin medida... 
Si queréis conocer un poco más sobre esta parábola, podéis seguir este enlace:  "Salió el sembrador a sembrar..."

martes, 19 de julio de 2016

Llamados a formar parte de la familia de Jesús. (Mt 12, 46-50)

El Evangelio de hoy, precisamente porque suele ser leído fuera de contexto, para muchos es motivo de discusión y desconcierto. En él se viene a decir poco más o menos lo siguiente: Resulta que Jesús está hablando a la gente y, de pronto, vienen su madre y sus hermanos, que desean hablar con él. Se lo dicen y Él responde con aquella enigmática frase: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".
Para muchos, esta es una respuesta un tanto "despreciativa" hacia su familia, concretamente hacia su madre, como si al decir esto estuviera marcando una fría distancia con ella. Para otros, es la prueba irrefutable de que Jesús tuvo otros hermanos y que, por tanto, la virginidad de María es un invento de la Iglesia Católica. Pero, bueno, vayamos por partes.
Este texto es una buena ocasión para insistir, una vez más, en la necesidad de leer las cosas en su contexto para poderlas interpretar correctamente.
Estamos en la sección del evangelio de Mateo cuyo tema central es el rechazo que experimentó Jesús durante su vida pública (cc. 11-12). Y el evangelista termina esta parte narrativa precisamente con esta escena; por tanto, es una especie de colofón…
El mensaje es sencillo. Jesús fue rechazado no solo por los dirigentes religiosos, sino que el evangelista habla en general de "esta generación incrédula y malvada" (Mt 11, 16-19; 20-24; 12, 38-42; 43-45…) Pero, al mismo tiempo, nos habla de un pequeño grupo que sí lo acogió. Así, por ejemplo, tenemos a Juan el Bautista que, aunque desconcertado por la actuación de Jesús, está totalmente abierto a recibirlo (Mt 11, 2-15). O "aquellas gentes sencillas" que de manera espontánea han entendido el mensaje del Maestro, en evidente contraste con los "sabios y entendidos" (Mt 11, 25-30). Por tanto, es en este contexto donde hay que situar la afirmación: "Estos son mi madre y mis hermanos (dirigiéndose a sus discípulos). Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". Con ello, no lanza un mensaje despreciativo hacia su familia, sino que lo que está diciendo es que su familia es mucho más amplia… No es una familia hecha solo por lazos de sangre o de raza, sino que su familia, la familia de Dios, está formada por todos aquellos que acogen su mensaje y lo ponen en práctica. Si os acordáis, es lo que ya había dicho al terminar el Sermón del Monte (Mt 7, 21-27). Por tanto, no solo no marca un distanciamiento con su madre, sino que lo que hace es invitarnos a formar parte de su familia… ¡Qué cosa más hermosa!
Y en cuanto al tema de los hermanos de Jesús, ya sabéis que es una polémica no zanjada del todo, pues el término "hermano" tiene un sentido amplio y puede referirse tanto a los hermanos de sangre como a los primos… Sin duda Mateo no cuestiona la virginidad de María, puesto que ya la ha afirmado al hablar de la concepción de Jesús (Mt 1, 18-25); y, respecto a sus "hermanos", en Mt 13, 55 da el nombre de cuatro de ellos: Santiago, José, Simón y Judas. De los dos primeros sabemos que eran hijos de una María distinta a la madre de Jesús (Mt 27, 56), confirmando así el sentido amplio de ese término.
Pero, bueno, quedémonos con lo realmente importante… Estamos invitados a formar parte de la familia de Dios y, para ello, el único "requisito" es escuchar su Palabra, acoger su mensaje y ponerlo en práctica. Es decir, llevar a la vida todo lo enseñado en el Sermón del Monte (cc. 5-7) y realizar las mismas acciones liberadoras del Maestro (cc. 8-9). ¿Aceptas?

lunes, 18 de julio de 2016

La vida es un milagro... (Mt 12, 38-42)

Estamos tan acostumbrados a estar rodeados de hechos absolutamente extraordinarios, que nos cuesta darnos cuenta de que la vida, en general, y nuestra vida, en particular, es un milagro continuo... 
Intentemos, por un instante, ver lo que nos rodea bajo este prisma. La vida misma es un milagro... El poder ver, oír... es un milagro... El amar y experimentar la amistad, el amor incondicional, es un milagro...
Tengo un amigo que insiste mucho en esta experiencia, y en más de una ocasión le he escuchado decir que no entiende por qué muchas personas llaman milagro solo a las cosas aparentemente extraordinarias, cuando todo lo que nos rodea, lo es... 
Lo que sucede es que, para ver estos milagros, necesitamos unos ojos y un corazón con capacidad de asombro, como los ojos de un niño...
Los letrados y fariseos del tiempo de Jesús, de algún modo también nos reflejan a nosotros. En el evangelio de hoy, le dicen: "Maestro, queremos ver un milagro tuyo. El les contestó: Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás."
Impresiona esta petición... A estas alturas, Jesús ha hecho ya una serie de milagros, y ellos mismos los han visto. Y, sin embargo, siguen pidiendo signos, milagros, señales... Pero no nos escandalicemos, pues lo mismo nos ocurre a nosotros... Cuántos milagros y hechos extraordinarios hemos visto y nos han sucedido a lo largo de nuestra vida y, aún así, le seguimos pidiendo al Señor "señales". De allí esa respuesta tan dura de Jesús. Califica su generación como pervertida y adúltera. 
Aunque parezca mentira, ambas palabras están relacionadas. Etimológicamente, pervertir viene de girar, dar vuelta, trastocar el orden, el sentido de las cosas... Y, adulterar, alterar o falsear el sentido auténtico de algo. Con esto, Jesús lo que denuncia es nuestra mirada y corazón retorcidos, que le busca la vuelta a las cosas, hasta adulterar su sentido... Qué pena...! Una vez más, no hay peor ciego, que el que no quiere ver...
Abramos nuestros ojos y nuestro corazón para ver las maravillas que Dios nos regala cada día... Recuperemos nuestra capacidad de asombro... Que el Señor no nos diga a nosotros, lo que en su día dijo a los letrados y fariseos... Tengamos un corazón agradecido... Y dediquemos, todos los días, al menos unos instantes, a dar gracias por los pequeños y grandes milagros con los que somos bendecidos...

domingo, 17 de julio de 2016

María estaba sentada a los pies de Jesús. (Lucas, 10, 38-42)

"Mientras iban de camino, una mujer llamada Marta, lo recibió en su casa". Jesús tiene el cansancio en los pies, el dolor de la gente en sus ojos. Descansar en la frescura de una casa amiga, comer en una alegre compañía, es un regalo, y Jesús lo acoge con gozo. Cuando una mano le abre una puerta, Él sabe que dentro hay un corazón que se ha abierto. Tiene una meta, Jerusalén, pero Él, cuando se encuentra con alguien, no pasa de largo, se detiene. Para Él, como para el buen Samaritano, cada encuentro es una meta; cada persona, un objetivo importante.
En Betania, Jesús es acogido por mujeres que no eran acogidas como discípulas por los maestros de su tiempo. Entra en su casa. La casa es Escuela de vida, lugar donde la vida nace y concluye, donde se celebran las fiestas más hermosas, donde Dios habla en lo cotidiano, en los días de las lágrimas y en los que el corazón danza. Y el evangelio debe demostrarse auténtico no en los márgenes de la vida, sino en su corazón.
"María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra". Sabiduría del corazón de una mujer que intuye que de este modo elige lo que le hace bien, lo que le da paz, libertad, horizontes, sueños: la Palabra de Dios.
Me encanta imaginar a María de Betania y a Jesús totalmente absortos el uno en el otro: Él, entregándose; ella, recibiéndolo. Y siento que ambos son felices: Él, al haber encontrado un corazón abierto a la escucha; ella, por tener un Rabbí totalmente para sí.
A María le debía arder el corazón aquel día. Desde aquel instante, su vida cambió. María se ha convertido en una mujer fecunda, cuyo vientre alberga la semilla de la Palabra; apóstol, enviada a dar, en cada encuentro, aquello que Jesús ha sembrado en su corazón. 
"Marta, Marta, te afanas y te agitas por muchas cosas". Jesús, amorosamente, le llama la atención. No se opone a su servicio, sino a su "afán"; no a su corazón generoso, sino a su "agitación".
Estas palabras se dirigen también a nosotros: cuidado con esos excesos que te ahogan; esos excesos que pueden engullirte, que te estresan, que te quitan libertad y te alejan del rostro de los demás. Es como si Jesús le dijese: recuerda que primero son las personas, luego las cosas. No soporta que quede confinada en un rol de servicio, ahogada por sus trabajos. Tú, le dice, eres mucho más; tú puedes relacionarte conmigo de un modo distinto. Tú puedes compartir conmigo tus pensamientos, sueños, emociones, conocimientos, sabiduría, Dios.
"María ha elegido la mejor parte", se ha liberado y ha comenzado el camino desde el lugar adecuado, el camino que lleva al corazón de Dios, de la escucha. Porque Dios no busca siervos sino amigos; no necesita personas que hagan cosas para Él, sino personas que le dejen hacer las cosas, que lo dejen ser Dios.
(Ermes Ronchi. www.retesicomoro.it. Traducido del italiano)

sábado, 16 de julio de 2016

Cómo manejar los conflictos. (Mt 12, 14-21)

Los conflictos forman parte de la vida. Las relaciones humanas generan roces. Muchas veces creemos que su origen está en que tenemos distintas sensibilidades, distintos modos de ver las cosas... Es decir, en que somos diferentes...
Con todo, si vamos más al fondo, la verdadera causa de los conflictos humanos no está en que seamos distintos; Dios nos ha hecho únicos e irrepetibles y, eso, es bueno, es maravilloso... Incluso, en nuestros ecosistemas, se valora y se protege la biodiversidad... Cuál es, entonces, el origen de nuestros conflictos? 
Parece ser que, una de sus raíces, es la no aceptación de nuestras diferencias; el verlas como una amenaza, como un ataque personal... Cuántas veces, cuando alguien manifiesta un punto de vista distinto al mío, en vez de escuchar y valorar lo que me puede aportar, empiezo mi autodefensa o el ataque directo... Cuántas veces, en vez de exponer sencillamente mi modo de ver las cosas, lo impongo, dogmatizo... No, el origen de los conflictos no son nuestros distintos puntos de vista, son nuestra dificultad de sumar, de aceptar al otro como es; nuestra tendencia, dada nuestra propia historia personal o nuestras heridas, de interpretar nuestras interacciones como ataques, como amenazas a nuestra integridad personal. 
Lo realmente dramático no es que tengamos conflictos que, como digo, es normal. Lo dramático es nuestra manera de resolver nuestras diferencias. Y, en esto, una vez más, el evangelio nos da una gran luz.
A lo largo de su vida pública, Jesús tuvo una serie de enfrentamientos con los fariseos por sus distintos modos de concebir la relación con Dios e interpretar las normas religiosas. Y esto no era una mera discusión teológica, sino concepciones con profundas consecuencias prácticas. Y Jesús, claramente se posicionó a favor del amor, la compasión y la misericordia.
Sus enfrentamientos y discusiones fueron públicas. Los argumentos de Jesús, irrebatibles. Su ánimo no era polemizar, ni restar autoridad a las autoridades religiosas de su tiempo; su intención era dar luz, llevarnos por el camino de la verdad, del amor, purificar nuestra concepción de Dios...
Lamentablemente, lo que podría haber sido una oportunidad de tener una mayor iluminación interior y un crecimiento en el amor, se convirtió en un conflicto, hasta el punto de que los fariseos toman la decisión de eliminar a Jesús... Y aquí es donde el evangelio sitúa el verdadero drama, no en nuestras diferencias, sino en nuestro modo de resolverlas..., en nuestra tendencia a eliminar al otro. Y hay muchos modos de eliminarlo: ignorarlo, ridiculizarlo, humillarlo, someterlo..., incluso matarlo... Qué sutil y qué terrible...
Lo interesante es ver cómo reacciona Jesús: "Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos le siguieron..." No va a entrar en la polémica, y se quita de en medio... Cuántas veces lo más saludable sería simplemente eso...
No hagamos que nuestras diferencias rompan la fraternidad... Aprendamos a resolverlas de manera sana, amigable adulta... Busquemos acercar posturas, aceptemos en un momento dado no estar de acuerdo..., no caigamos en el juego de eliminar al otro... Hagamos de nuestras diferencias ocasión de enriquecimiento mutuo, de crecimiento... Pongamos el amor y el respeto por encima de todo...

viernes, 15 de julio de 2016

El verdadero sentido de los mandamientos. (Mt 12, 1-8)

¿Qué hacer cuando una norma religiosa entra en conflicto con una necesidad básica? ¿Está la "Ley" por encima de la persona? Jesús va a responder a estos interrogantes en el evangelio de hoy.
Los apóstoles tienen hambre y arrancan unas espigas en sábado. El problema es que esto estaba prohibido. Esta situación pone de manifiesto uno de los motivos de enfrentamiento entre Jesús y el grupo de los fariseos: su modo de interpretar y, por tanto, de vivir, una de las normas religiosas más fundamentales del judaísmo: el Sábado. Porque, según entendamos las cosas, así las viviremos.
Entonces, y en todos los tiempos, incluido el nuestro, hay un modo de interpretar la vivencia religiosa apegándose estrictamente a la normativa vigente; se hace lo que “está mandado”, sin mayores disquisiciones y, al hacerlo, somos fieles a Dios. En realidad, este es un modo sencillo y descomplicado de vivir, pues con hacer lo que se nos manda es suficiente… No hace falta interpretar ni discernir… Esto, en términos generales, no está mal, pero a veces la vida nos presenta situaciones un poco más complejas que exige de nuestra parte una comprensión del espíritu, del sentido de lo que “está mandado”. Y Jesús lo que intenta es eso, ayudarnos a comprender el sentido de los mandamientos que el Señor ha dado a su pueblo, mandamientos que lo que pretenden es ayudarnos a vivir nuestra condición de hijos y hermanos… Así, por ejemplo, robar no es malo porque Dios lo prohíbe en el Decálogo, sino que el Señor nos dice “No robarás”, porque quien roba, perjudica a su hermano. Así, los mandamientos del Señor son una ayuda para educar la conciencia, no normas rígidas y arbitrarias; no son una carga, son un camino de libertad.
Por eso, en este episodio, Jesús dice: “Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa” (Mt 12, 7)… ¿Es una crítica dura o más bien una lamentación? Yo me inclino por lo segundo… Jesús se lamenta de que no terminamos de comprender qué es lo que Dios realmente quiere… Su Padre, nuestro Padre, quiere, sobre todo, misericordia, compasión hacia el hermano… ¿De qué sirven tantas prácticas religiosas si no tenemos un corazón compasivo? ¿De qué sirve tanta fidelidad a lo que está mandado si tenemos el corazón duro y pronto a condenar, en vez de amar y salvar? No se trata de no hacer lo mandado; entenderlo así sería no entender. Se trata de comprender su sentido, lo que Dios quiere. Los “sacrificios” tendrán sentido si son expresión de amor a Dios y si van de la mano a una práctica amorosa al prójimo… Esta es la esencia del cristianismo y me atrevería a decir que de toda religión verdadera… Por eso, podríamos preguntarnos: ¿mi modo de vivir la religión, el seguimiento de Jesús, me ayuda a amar más, a servir mejor; va haciendo mi corazón, mis relaciones más compasivas y misericordiosas?
Jesús concluye esta intervención diciendo: “Porque el Hijo del hombre es señor del sábado” (Mt 12, 8). Es decir, si hay alguien con la autoridad suficiente para decirnos el sentido de lo que Dios quiere, es Él… De allí la importancia de leer y, sobre todo, entender el evangelio, pues es Jesús quien nos enseña realmente el camino que conduce al Padre.

jueves, 14 de julio de 2016

Aprended de Mí y encontraréis descanso. (Mt 11, 28-30)

Cuántas veces nos sentimos cansados y agobiados, con esa sensación de que no podemos más, con esa pregunta interior de si merece la pena lo que tenemos entre manos... Y muchas veces no es un cansancio "sano", ese cansancio propio de un trabajo arduo, pero que nos deja internamente satisfechos, plenos, gozosos después de alcanzar una meta o, incluso, aunque no la hayamos conseguido, la satisfacción de haberlo intentado, la paz del deber cumplido...
Hoy podríamos preguntarnos cuál es el origen de muchos de nuestros cansancios, de esos cansancios que poco a poco nos van quitando energía, motivación, ganas de luchar, de esforzarnos, de caminar hacia una meta, incluso ganas de vivir, de amar, de servir...
Una causa frecuente de estos cansancios "malsanos" es el empeñarnos en cosas imposibles, incluso absurdas... Ese darnos contra la pared una y otra vez... El otro día leía una frase: "La tenacidad no consiste en darse cabezazos contra un muro, sino en tener la persistencia de encontrar la puerta" (Pilar Jericó). Luchemos, sí, pero de manera inteligente.
Otra causa suele ser el ir de "llaneros solitarios", el sentirnos solos, el no experimentar apoyo... Y, en no pocos casos, en ni siquiera buscarlo... 
También agota la sensación que a veces se instala en nuestro corazón de que lo que hacemos, no merece la pena... La pérdida de sentido, la falta de un "para qué" que me motive a levantarme cada mañana, a superar obstáculos, a caminar por la vida con ilusión...
Hoy Jesús sale al paso de esta situación tan humana y nos dice, en primer lugar, "ven a Mí", no camines solo, no luches solo, yo estoy contigo, yo te acompaño en el camino de la vida... El sentir su presencia, su compañía, da paz, da sosiego... Seguro que todos lo hemos experimentado en más de una ocasión... Necesitamos ir a Jesús, aprender a descansar en Él... Y, continúa, "aprende de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarás descanso"... 
Jesús nos da la clave para vivir en paz en medio de la tormenta, para reponernos de nuestros cansancios... Y la clave es aprender de Él... Mirarlo, escucharlo... qué dice, cómo lo dice, cómo reacciona... Y pone la fuerza en dos posturas de fondo, ser mansos y humildes...
Mansos, es decir, pacíficos, pacientes, dar tiempo a las personas, a los procesos, no desesperarnos... De hecho, muchas veces lo que nos agota son nuestras prisas, nuestras impaciencias...
Y humildes... Saber que no somos Dios, tener paciencia no solo con los demás y con las situaciones, sino conmigo... No pretender comerme el mundo de un solo bocado... La humildad de quien da todo de sí y se desprende del resultado, sabiendo que no todo depende de mí... La humildad de saberme una pequeña gota de agua en el océano, pero una gota que contribuye a formar esa gran masa de agua... Esto evitaría muchos sobre esfuerzos y cansancio absurdos... Pongamos todo de nuestra parte, sí; pongamos alma, vida y corazón en lo que hacemos, sí; pero, luego, hagamos como el labrador, que prepara la tierra, deposita la semilla y sabe esperar... Como dice una conocida oración: "Señor, dame serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar; valor para cambiar lo que sí puedo cambiar; y sabiduría par distinguir lo uno de lo otro".
Pidámosle al Señor aprender a descansar en Él y a ser mansos y humildes como Él... Así, hallaremos descanso y repondremos nuestras fuerzas para continuar amando y sirviendo sin cansarnos... como Él.

miércoles, 13 de julio de 2016

Dios se revela a los sencillos. (Mt 11, 25-27)

Qué cierto es, Señor, que Tú te revelas a los sencillos...!
No es extraño que algunas personas digan que no entienden este texto, pues daría la impresión de que Dios "discrimina" a los sabios y entendidos y, en cambio, "prefiere" a los sencillos. Y, la discriminación, no es propio del Dios que se nos revela en Jesús... Dios no prefiere a unos y excluye a otros... Si fuera así, Dios sería el responsable de que unos le conozcan y otros no... Y, la verdad, esto no puede ser...
Entonces, qué es lo que Jesús está queriendo decirnos...? Y viene a mi mente y a mi corazón una de las bienaventuranzas: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios...
Y, sí, cuando tenemos el corazón limpio, transparente, sin dobleces, nuestra mirada se torna también limpia y transparente, y vemos la realidad con sencillez y simplicidad, sin buscarle patas al gato, sin armarnos líos en la cabeza, sin leer torcidas intenciones... 
Cuando nuestra mirada es transparente, cuando miramos con amor, las cosas, las personas, las situaciones brillan, se iluminan, y nos resulta más fácil, casi espontáneo, ver a Dios presente en todo y en todos...
Dame, Señor, un corazón sencillo, sin complicaciones;
un corazón sin prejuicios, que mire a los demás sin juzgarlos,
sin torcidas intenciones;
dame una mirada limpia, que vea lo positivo de la vida, de las situaciones...
Entonces, Señor, aparecerás diáfano ante mis ojos,
te revelarás en todo tu esplendor...
No porque antes te me hayas escondido,
pues siempre estás ante mis ojos, en mi corazón,
sino porque, entonces, estaré en disposición de verte...
Gracias, Señor, por las veces en que te me has revelado,
por las veces en que me has hecho experimentar tu amor
de manera sencilla,
en lo cotidiano de la vida,
por las veces en que te han visto mis ojos,
en que te ha descubierto mi corazón...
Y libérame, Señor, de mis líos internos,
de mis juicios retorcidos,
de mi corazón obstinado...
Que caigan las escamas de mis ojos,
que se ablande mi corazón,
para poder vivir eternamente en tu presencia...

martes, 12 de julio de 2016

El lamento y la frustración de Jesús. (Mt 11, 20-24)

Decimos que Jesús es el rostro y el corazón de Dios, y es verdad... Un Dios que acoge, que no juzga; un Dios compasivo y misericordioso; un Dios paciente, que confía en el ser humano; que se conmueve ante nuestras miserias, que goza con nuestras alegrías... Un Dios que ha bajado para caminar con nosotros, para saber lo que es ser hombre... Por eso, parte el alma y conmueve las entrañas, escuchar en labios de Jesús una especie de lamento, un "ay"... Y, ese lamento, es también el lamento de Dios...
Y de qué se lamenta? Qué es aquello que le produce tanto dolor? La dureza de nuestro corazón..., ese empeñarnos en seguir con nuestras actitudes, posturas, reacciones, comportamientos que nos autodestruyen y dañan a los demás... 
Muchos teólogos y filósofos se han preguntado si Dios sufre... Muchos han concluido que no, que Dios no puede sufrir, pues el sufrimiento implicaría una carencia, una limitación. Sin embargo, otros sostienen que si Dios es amor, su corazón sufre, pues cuando se ama, lo que le sucede al ser amado, nos afecta... Y a Dios le afecta lo que hacemos... Y se lamenta...
Este lamento recuerda tantos lamentos que expresan los profetas en el Antiguo Testamento... Y viene a decir, qué más tengo que hacer para que te abras a mi amor, para que lo acojas, para que te conviertas...? Qué más, para que ames a tus hermanos, para que no juzgues, para que seas con los demás sencillamente como yo soy contigo...?
Dice Jesús: "Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido"... Y le pregunto, Señor, dirías también eso de mí...? Qué siente tu corazón cuando contemplas mi vida, mis actitudes, mis comportamientos cotidianos...?
Señor, cuántos milagros has hecho en mi vida, cuántos gestos de amor, de misericordia... Y yo? Cuál es mi respuesta...? Ojalá encontrarás en mí consuelo, el consuelo de alguien que, con sus limitaciones, intenta seguirte, intenta ser una pequeña gota de rocío en un mundo sediento de Ti...
Abre mis ojos para ver los milagros que obras por mí cada día... La vida, el amor, la amistad... Y que responda a ese amor con amor, con servicio, con entrega... Y que eso dé consuelo a tu corazón herido...

lunes, 11 de julio de 2016

A nosotros que te hemos seguido, qué nos va a tocar? (Mt 19, 27-29)

Vivimos en una cultura mercantilista, donde todo se compra y se vende; donde lo que se hace, tiene un precio, una paga. Al parecer, esto responde a algo profundamente arraigado en el ser humano, ya desde antiguo. 
Al principio, al leer este evangelio, casi me escandalizó la pregunta de Pedro a Jesús: Si nosotros hemos hecho esto, qué nos va a tocar, cómo nos vas a pagar. Pero, luego, reflexionando un poco, y poniéndome la mano en el corazón, me di cuenta de que, muchas veces, he pensado, sentido o deseado lo mismo...
Detrás, una vez más, está esa necesidad de ser recompensados, reconocidos... Material o moralmente... Qué  difícil es actuar en completa gratuidad; es un aprendizaje que debemos hacer y una actitud que debemos cultivar.
Hay personas que muchas veces se enfadan con Dios porque, con todo lo que han hecho, con lo que se han sacrificado, no se sienten justamente tratados por Él... Todos en alguna ocasión hemos escuchado una queja en estos términos: no sé por qué Dios me trata así, con todo lo que he hecho por Él... 
Me sorprende que, en esta ocasión, Jesús no los riñe por su actitud, pero dilata la recompensa... Habrá recompensa, pero más adelante... Dios conoce nuestras necesidades y responde a ellas, pero a su modo, a su tiempo...
En la vida es importante aprender a dilatar la recompensa... Todos habréis oído que recibimos lo que damos... Y es verdad... Pero no inmediatamente...
Una vez hicieron un estudio entre niños de unos 8 años. Los sometieron a una prueba. Uno a uno lo pusieron delante de un dulce muy apetecible. Y le decían: si eres capaz de esperar a que yo vuelva para comértelo, te daré otro. Es muy gracioso ver todos los esfuerzos que hacían por esperar. Unos lo consiguieron; otros, no. 
Pasados unos años, el estudio constató que quienes habían sido capaces de esperar por la recompensa, luego tuvieron más éxito en la vida...
Y, sí, qué importante es aprender a hacer las cosas aunque no tengamos una compensación inmediata; hacer lo que tengo que hacer, no desde la lógica de: yo te doy, tú me das, sino desde la total gratuidad y desinterés..., sabiendo, sin embargo, que todo gesto de amor, por pequeño que sea, tendrá su "paga"... Cuándo, cómo..., no lo sé... Cuántos han claudicado en su empeño por no alcanzar resultados inmediatos...!
En todo caso, no caigamos en el engaño de creer que damos más de lo que recibimos... Quienes sois capaces de leer esto, por el mero hecho de poder hacerlo (sabéis leer, tenéis un móvil, una tablet, electricidad...) sois personas bendecidas...
Demos gracias por todo lo que recibimos cada día, y demos con la misma generosidad con la que cada día somos bendecidos...
Sigamos a Jesús, vivamos el evangelio, seamos generosos, démoslo todo, sin reservas... De hecho, la recompensa ya la tenemos aquí... En la felicidad de ser un canal de bendición para los demás...

domingo, 10 de julio de 2016

“Lo vio y sintió compasión”. (Lc 10, 25-37)

la parábola del Buen Samaritano es un texto que no me canso nunca de escuchar; es una narración que me encanta porque rezuma humanidad, porque nos revela el rostro de Dios y la posible solución al entero drama humano.
¿Quién es mi prójimo? Es la pregunta que marca el punto de partida. La respuesta de Jesús, hace un desplazamiento de sentido (¿quién de los tres se hizo prójimo?) y modifica el concepto radicalmente: tu prójimo no es aquel a quien tú colocas en el horizonte de tu atención, sino que prójimo eres tú cuando  te haces cargo de una persona; prójimo no es aquel a quien tú amas, sino cuando tú amas.
El verbo central de la parábola, aquel del que emana todo gesto posterior del samaritano se expresa con las palabras “tuvo compasión”. Que, literalmente, en el evangelio de Lucas indica algo que se sitúa en las vísceras, como un espasmo, como un calambre en el estómago, una rebelión, algo que se mueve por dentro, y que es de donde brota luego la misericordia fáctica.
Compasión es sentir dolor por el dolor del hombre, la misericordia es inclinarse, curar las heridas. En el evangelio de Lucas, “sentir compasión” es un término técnico que señala una acción divina con la que el Señor restablece la vida a quien la ha perdido. Tener misericordia es la acción humana que deriva de este “sentimiento divino”. Los primeros tres gestos del buen samaritano: ver, detenerse, tocar, señalan las tres primeras acciones de la misericordia.
Ver: Vio y sintió compasión. Vio las heridas, y se dejó herir por las heridas de aquel hombre. El mundo es un inmenso llanto, y “Dios navega en un río de lágrimas” (Turoldo), invisible para quien ha perdido los ojos del corazón, como el sacerdote y el levita. Para Jesús, en cambio, mirar y amar son la misma cosa: Él es la mirada amorosa de Dios.
Detenerse: Interrumpir mi camino, mis proyectos, dejar que sea el otro quien marque mi agenda, detenerme junto a la vida que gime y llama. Yo he hecho mucho por este mundo cada vez que sencillamente detengo mi carrera  para decir “gracias”, para decir “aquí estoy”.
Tocar: El samaritano se aproxima, derrama aceite y vino, venda las heridas del hombre, lo carga, lo lleva… Tocar es una palabra dura para nosotros, compromete el cuerpo, nos pone a prueba. Tocar al contagioso, al infectado, al llagado, no es espontáneo. Y en el evangelio, cada vez que Jesús se conmueve, se detiene y toca, mostrando así que amar no es algo “emotivo”, sino cuestión de manos, de tacto; es algo concreto, tangible.
El samaritano se hace cargo del hombre herido de un modo exagerado. Pero precisamente ese exceso, ese dispendio, ese actuar sin medida, sin llevar cuenta, este amor unilateral y sin condiciones, se convierte en alegría, divina noticia para la tierr, para los heridos de este mundo, para los que están en la cuneta.
(Ermes Ronchi. Traducido del italiano. www.retesicomoro.it)

sábado, 9 de julio de 2016

"No tengáis miedo..." (Mt 10, 24-33)

A lo largo de la Sagrada Escritura, muchas veces Dios se dirige a nosotros diciéndonos: "No tengáis miedo". Y me ha llamado especialmente la atención que, en el texto de hoy, Jesús lo dice tres veces, es decir, insiste con fuerza en ello... 
El miedo es una emoción básica, primitiva. Gracias al miedo, el ser humano ha sobrevivido hasta llegar al día de hoy. 
El miedo es lo que nos ayuda a reaccionar ante lo que percibimos como una amenaza. Y la respuesta puede ser la huida o el ataque. Huimos si no nos sentimos capaces de enfrentar el peligro; o, atacamos, con la pretensión de vencerlo. Por eso, el miedo, en principio, es sano...; supone lucidez, evita que asumamos riesgos innecesarios y hace que nos protejamos adecuadamente.
A qué se refiere, entonces, Jesús, cuando nos anima a no tener miedo?
En este evangelio, en concreto, se refiere al miedo a lo que nos "mata": la crítica -incluso las calumnias-, el miedo al qué dirán, el miedo a ser diferentes, el miedo a las consecuencias que puede tener el manifestarnos como cristianos... Y cuando se escribe este evangelio, el miedo estaba justificado, pues el seguir a Jesús muchas veces se pagaba con la vida.
Y, sí, cuántas veces dejamos de hacer cosas por miedo... Defender una causa justa, ponernos de parte de alguien, enfrentarnos a personas que luego podrían tomar represalias... En este caso, la amenaza no es un león o una serpiente que el hombre primitivo podía encontrar en el campo... La amenaza es el miedo al rechazo, a jugarnos la vida, a las consecuencias de nuestros actos... Perder el trabajo, perder un amigo, perder...
Ante el miedo, Jesús nos invita a mirar más allá... "No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo pero no pueden dañar el alma". Lo que viene a decir, que no tenemos por qué tener miedo pues, en el fondo de nuestro ser, nadie nos puede hacer daño... Hay un núcleo esencial, ese lugar donde Dios habita, que nadie puede tocar...
Una vez más, Jesús es realista. Sabe que en la vida hay dificultades, que en ocasiones incluso nos podremos jugar la vida... Por eso nos anima a vivir con todas las consecuencias, sin miedo... Por qué? Porque, en definitiva, nuestra vida, mi vida, está en sus manos, en las manos de nadie más. Y, en sus manos, estoy segura.
La respuesta al miedo no es solo la huida o el ataque. La respuesta al miedo, el modo de vencerlo es la confianza... La confianza de que mi vida está sostenida por las manos amorosas de mi Padre Dios... Y la confianza no nos hace débiles o pusilánimes... Los grandes Santos fueron audaces, valientes...
Dolores Sopeña una vez comentó: "Dicen que somos valientes; nuestra valentía consiste en la fe"... Y sí, sabernos en manos de Dios nos hace invencibles...

viernes, 8 de julio de 2016

"No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre." (Mt 10, 16-23)

No nos engañemos, la vida no es fácil. El día a día tiene sus dificultades, dificultades de todo tipo... Hoy el evangelio nos invita a ver la vida con realismo.
Para algunas personas, hablar de realismo es ver lo negativo de las cosas... "Hay que ser realistas" en no pocas ocasiones viene a decir que no hay nada que hacer. Pero eso no es realismo, es pesimismo y, para un cristiano, ese pesimismo raya en la desesperanza, en la falta de fe, pues supone no creer que Dios actúa en nuestro mundo y que ha sembrado una semilla de bien que poco a poco dará su fruto.
Una vez leí: el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas... Eso es ser buen marinero! Ser realista es ver las cosas como son, descubriendo las posibilidades que nos ofrecen las situaciones, aprovechándolas al máximo.
Jesús nos dice que estamos en este mundo como ovejas entre lobos, nos habla de persecuciones, de ser detenidos, torturados... Y, todo, a causa de su Nombre, es decir, por vivir como nos propone el evangelio.
Puede que esto nos resulte lejano. Pero no lo es tanto. Muchos cristianos en el mundo son perseguidos, torturados, ejecutados a causa de su fe... Hay quien dice que en la actualidad hay más mártires que en los primeros siglos del cristianismo... Qué terrible!
Pero muchos de nosotros, sin llegar a este extremo, también atravesamos situaciones que nos ponen a prueba, que ponen a prueba nuestra consistencia personal, nuestra fe. Ante esto, Jesús nunca nos ha prometido la ausencia de problemas, lo que nos ha prometido es la presencia y asistencia de su Espíritu... Por eso dice: "no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros." Se nos invita, por tanto, a no vivir a la defensiva, pensando anticipadamente qué vamos a hacer, cómo nos vamos a defender -o atacar-. No. Hagamos lo que tenemos que hacer, vivamos como Jesús nos invita a vivir. Las dificultades vendrán, pero no nos preocupemos, cada día tiene su afán. Vivamos el momento, no nos anticipamos a las dificultades... Todos hemos experimentado que el Señor ha estado con nosotros siempre que lo hemos necesitado..., no para resolver los problemas con una varita mágica sino para sostenernos y hacernos capaces de sostener a los demás...
Estemos atentos a su voz que habla en nuestro interior. Cultivemos la consciencia de esa presencia. No estamos solos. Él nos dirá en cada momento lo que tenemos que decir o hacer... Que no sea yo, sino Él, quien actúe en mí y a través de mí.

jueves, 7 de julio de 2016

"Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis". (Mt 10, 7-15)

Podríamos decir que la esencia del cristianismo es el amor, la entrega, la donación, el servicio. Por eso, cuando Jesús nos dice cuál es nuestra misión en este mundo, nos dice: Da. Y a este "dar", le añade "gratis"... Esto le da un matiz particular... Hay que dar, sí, pero no de cualquier manera... 
Dar gratis significa dar sin esperar nada a cambio, sin esperar recompensa. Y no me refiero solo a una retribución económica. Muchas veces, sin darnos cuenta, caemos en la trampa de dar "gratis", cuando en el fondo estamos esperando reconocimiento, agradecimiento, valoración por parte de los demás. Sí, muchas veces damos, pero con el ánimo de recibir... En qué se nota? En nuestras quejas cuando no nos lo agradecen, cuando no aprecian lo que hacemos; en la desmotivación: total..., para qué hacerlo si nadie se da cuenta; en nuestros sutiles "pasar factura"... Por eso, a veces el "dar" se nos vuelve cuesta arriba, nos agota, incluso podemos llegar a sentirnos injustamente tratados, hasta llegar a sentir que abusan de nosotros... Cuando llegamos a este punto, hemos caído en la trampa pues, si se trata de dar gratis, por qué lamentarnos por la falta de recompensa...
Dar gratis es de las posturas más liberadoras, pues no hago depender mi modo de ser y de vivir de la respuesta de los demás... Pero reconozcamos que no es fácil... ¿De dónde brota esa capacidad de darse sin medida que tienen algunas personas? Y la respuesta nos la da el evangelio de hoy. Jesús dice: "lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis". Ese "dar gratis", la vida entendida como donación, entrega, servicio, brota de la experiencia de que somos personas profundamente bendecidas, de la consciencia de la cantidad de cosas que hemos recibido y que recibimos todos los días de manera totalmente gratuita... Piensa en ellas, haz una lista...
En los Ejercicios espirituales de San Ignacio hay una petición: Tomar consciencia de tanto bien recibido para que, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir... Y vivir en esta dinámica, nos hace profundamente felices pues estamos llamados a ser como Dios, que es puro don y entrega...
Cultivemos esa consciencia de tanto bien recibido... Demos gracias por las pequeñas y grandes cosas que nos regala la vida, los demás, Dios... Tengamos una mirada y un corazón agradecidos... Y eso, muy probablemente, nos ayudará a hacer de nuestra vida un don para los demás y, por ende, me hará más feliz.

miércoles, 6 de julio de 2016

Con el poder de Jesús. (Mt 10, 1-7)

"En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia".
Jesús ha sabido ver siempre al ser humano en su esencia, en ese núcleo que permanece incontaminado, lleno de amor y de luz, pues es lo más auténtico de su ser, dado que en cada uno de nosotros habita Dios como una pequeña semilla llamada a crecer y dar fruto. 
Desde esta mirada profunda, Jesús ve que, muchas veces, esa semilla se encuentra ahogada, mas no muerta... Ve esa maravilla que somos y todo lo que podríamos llegar a ser... Y constata, con dolor, que muchas veces esta maravilla que somos no sale a la luz, porque estamos "poseídos" por el mal. 
La lucha de Jesús no es contra "los malos" sino contra el mal que oprime al hombre, que lo deshumaniza y que lo convierte en instrumento de deshumanización y de muerte... Por eso, la expresión "estar poseídos por el mal" es bastante gráfica. Refleja esa experiencia de no ser nosotros mismos, de hacer cosas de las que nos avergonzamos y arrepentimos, como si estuviéramos "poseídos", manejados por otro que no soy yo... Esta experiencia, tantas veces dolorosa, llevó a decir a Pablo: "constato en mí que muchas veces hago el mal que no quiero y dejo de hacer el bien que quiero... Quién me librará de esta fuerza que me conduce a la muerte?" Y responde con convicción  y agradecimiento: "Cristo Jesús!"
Sí, Jesús pasó por la vida haciendo el bien, liberándonos del mal, de toda enfermedad y dolencia... Esa es una de las claves de lectura del evangelio... Todo lo que Jesús hace va encaminado a liberarnos del mal en sus múltiples expresiones, que siempre causan dolor... Y lo maravilloso es que comparte este poder con nosotros... No nos envía simplemente a "hacer cosas"; nos envía a ser instrumentos de vida, de luz para los demás, a liberarlos de lo que los oprime, de lo que no los deja ser ellos mismos...
Tomemos consciencia de ese poder que hemos recibido y pongámoslo en acto. Seamos instrumento de vida, de luz, de liberación... Que al contacto con nosotros, las personas se sientan mejor, se sientan movidas a sacar lo mejor de ellas mismas y desplieguen todo su potencial... Que seamos instrumentos de vida y salvación a través de los cuales Dios pueda actuar... Sintámonos como canales por lo que pasa su fuerza salvadora y sanadora, como el agua que convierte en un hermoso jardín zonas que parecían un erial...

martes, 5 de julio de 2016

Jesús cura a un hombre mudo. (Mt 9, 32-38).

Como dice el refrán, "las cosas son según el cristal con que se miren". Los hechos no hablan; hablan nuestras interpretaciones de esos hechos. Cuántas veces hemos comprobado que el mismo suceso puede ser interpretado de maneras muy distintas...
Para el evangelio es evidente que muchos de nuestros males son ocasionados por posturas existenciales equivocadas. Hoy parece comprobado que muchas enfermedades tienen causas "existenciales".
Hace años leí un caso que me impresionó. Se trataba de una chica ciega. Ningún médico era capaz de dar con la causa física de su ceguera. Después de mucho tiempo, una persona descubrió que aquella mujer había sido violada, y había experimentado tal vergüenza, que inconscientemente decidió quedarse ciega. Al no poder ver, no se sentía vista y, por tanto, juzgada... Me impresionó mucho... Cuando descubrió esto y se liberó de ese trauma, recuperó la visión...
Jesús es capaz de liberarnos de muchas cosas que nos oprimen por dentro, que no nos dejan sacar lo mejor de nosotros mismos... Por eso va por la vida curando nuestras parálisis, nuestras cegueras... En este caso, cura a un mudo, a alguien que no era capaz de hablar, de expresarse, de tener una palabra...; da voz a los que no tienen voz. Ese es muchas veces el sentido de la expresión "echar demonios"; que viene a decir, liberarnos de lo que nos tiene oprimidos, anulados, de aquello que no me deja ser yo mismo... Y todos tenemos o hemos tenido algún demonio dentro...
Lo increíble es que este hecho tan obvio, es interpretado de dos maneras radicalmente distintas... Para unos, es causa de admiración y, para otros, motivo de crítica, de descalificación... Y, de qué depende esto? Por qué unas personas son capaces de valorar lo que hacen los demás y otras, en cambio, enseguida entran en la crítica y el desprecio?
Cuando decimos que las cosas son según el cristal con que se miren, venimos a decir que nuestros juicios dependen de nuestros ojos, y nuestros ojos, hablan de nuestro corazón... Si tenemos el corazón sano, veremos las cosas de manera positiva, clara; si lo tenemos lleno de envidia, rencor o resentimiento, todo se volverá gris y siempre encontraremos un motivo para criticar...
Cómo es nuestra mirada? Cómo es nuestro corazón? Cómo son nuestras palabras? 
Una vez más se nos invita a tener un corazón y una mirada limpia, comprensiva, benevolente... Esto nos permitirá ver los milagros que Dios hace continuamente a nuestro alrededor.

lunes, 4 de julio de 2016

"Tu fe te ha curado". (Mt 9, 18-26)

Cuando contemplamos los denominados "milagros" de Jesús, nos solemos quedar maravillados por lo que hace: devuelve la vista a los ciegos, hace caminar a los paralíticos, limpia a los leprosos... Sí, habitualmente nos quedamos en los "qué", lo cual, siendo importante, se centra más en lo externo. En las actuaciones de Jesús, sin embargo, es muy importante fijarnos en los "cómo". Impresiona ver los detalles, la delicadeza, la ternura... Son los "cómo" lo que suele hacer a los hechos distintos, significativos... Yo puedo hacerte un favor, y esto de por sí ya es importante, pero puedo hacértelo de buena gana o de mala gana, con cariño o a regañadientes...
El relato de hoy nos presenta dos milagros, la curación de una mujer que sufría hemorragias continuas, es decir, que pierde vida a borbotones, y la resurrección de una niña que se asomaba a la vida adulta. El factor común de ambas es la pérdida de vida... Con estos dos milagros, Jesús se manifiesta claramente como el Señor de la vida, que ama y da la vida en plenitud..., y que quiere que la vivamos plenamente, una plenitud que solo la puede dar El.
En la primera curación, me ha llamado la atención el "cómo". Una vez obrada la curación, Jesús dice a la mujer: "Animo, hija. Tu fe te ha curado". Jesús no solo le devuelve la salud; le devuelve la confianza, la dignidad... No vuelve la mirada hacia Él, "mirad lo que hecho!", sino hacia la mujer, alguien insignificante, que no cuenta... Esto sí que es delicadeza, amor fino... Y la alaba en público, le hace caer en la cuenta de lo grande que es su fe, una fe capaz de mover montañas... Con ello, la mujer queda plenamente recuperada..., no solo deja de escapársele la vida, sino que queda rehabilitada en su ser de mujer creyente...
Escuchemos hoy esas palabras de Jesús dirigidas a nosotros... Escuchemos ese "Ánimo, no desfallezcas, acércate a Mí y toca la orla de mi manto... Ánimo, confía..." Y esa confianza, nos fortalecerá por dentro, nos hará recuperar nuestra energía, experimentar la vida de una manera plena, y llenará nuestro corazón de alegría y agradecimiento, nos hará descubrir de todo lo que somos capaces si tenemos fe.